Las lecciones del 25-M

UE, paisaje después de la debacle

La Unión es un gran éxito histórico, pero confunde retórica con pedagogía y lo que hace bien lo explica mal

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PERE VILANOVA

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A estas alturas parece que ya está todo dicho sobre las elecciones europeas, sus múltiples lecturas y la sensación de decepción que deja su rastro. Quizá sea el momento de ir invirtiendo el zum y pasar al gran angular, empezando por la formulación de una especie de premisa mayor: la Unión Europea es un gran éxito histórico, comparada con cualquier otro intento de construcción geopolítica regional, pero hace muchas cosas muy mal, y sobre todo las explica peor. Tiene retórica, un discurso recitativo que aburre a los muertos y una pésima política de comunicación, trufada de falsas verdades, medias mentiras y gruesos silencios.

Habrán notado los lectores que varios días después de las elecciones, en lugar de celebrar que el presidente de la Comisión Europea será el líder del grupo mayoritario, el señor Juncker, en realidad estamos asistiendo a un tira y afloja entre los jefes de Estado y de Gobierno sobre quién será el elegido. No por el Parlamento, sino por ellos. Una semana después del día electoral, Juncker bajaba, Schulz quedaba fuera y se hablaba del francés Michel Barnier, bien visto por... ¡la City! Incluso al señor Van Rompuy -¿cuántos ciudadanos saben que es el teórico presidente del Consejo Europeo?- le han dado una medalla para que pase a retiro sin pena ni gloria, ni rastro visible de su herencia. Y la señora Ash-ton, nuestra ministra de Exteriores europea, ¿qué decir de su carismática obra? Se ha postulado el señor Sikorski, de Polonia, por si a alguien le interesa.

¿Es todo esto una exageración, una simplificación? Más bien se trata de un comentario benévolo. Han votado el 43,01% de los europeos, y eso, desde Algeciras hasta el cabo Norte noruego, es una derrota sin excusas. Porque el partido que ha ganado las elecciones es el partido de los que han votado con los pies quedándose en casa, no yendo a las urnas. Ha ganado por goleada, y eso debería suscitar dos cuestiones. Una es que la clase política europea debería explicarse y explicarnos por qué el declive de participación, iniciado en 1979, ha sido constante (afirmar que, como no ha bajado del 43%, la participación «ha invertido la tendencia» es una broma de pésimo gusto). La segunda: ¿por qué los gestores de la UE no admiten el callejón sin salida en el que estamos y abren el verdadero debate, que es el de la absurda arquitectura institucional del edificio? Desde el Tratado de Maastricht,  de hace más de 20 años, sus siguientes versiones (Amsterdam 1997, Niza 2000, Lisboa 2009) han sido siempre negociaciones para rebajar el potencial de integración de la Unión, no para multiplicarlo y hacerlo irreversible.

Tampoco parece estar en el programa impulsar una investigación a partir de macroencuestas de opinión en toda Europa, país por país, dirigidas exclusivamente a los abstencionistas y sus motivos. Sería una investigación cara, pero con el sueldo anual del 10% de los europarlamentarios se podría hacer de sobra. Una hipótesis de qué dirían las respuestas: el abstencionista medio piensa (y su comportamiento electoral en otras elecciones así lo confirma) que lo importante son las elecciones nacionales, de las que sale el Gobierno del Estado. Si quieres pesar en las decisiones de la UE, lo importante es sentarte en el Consejo Europeo, donde están los jefes de Estado y de Gobierno. Otra cosa que nos dice el abstencionista medio es que está cansado de un statu quo bastante insultante: si emites cualquier duda, crítica o desacuerdo con la UE es que eres euroescéptico, cuando no antieuropeo, y en todo caso populista (por cierto, ¿qué quiere decir populista?).

Es justo lo contrario: las elecciones europeas sirven precisamente para que voten con entusiasmo todos los que están en contra del proyecto, y por cierto, de tantas maneras diferentes que es imposible agruparlos bajo una etiqueta común. Y parte de este rechazo del statu quo incluye la percepción de que la clase política europea es de otro planeta y vive en otra galaxia, en una escala más grave que la misma percepción a nivel de cada país. El abismo entre ellos (la casta política) y nosotros (los ciudadanos de a pie) es a escala de la UE insalvable, pero es una percepción bastante injusta porque se trata de un reflejo bastante fiel de la ciudadanía de la que salen por vía electoral. Y por último, francamente, muchos abstencionistas creen que las propuestas de los grupos mayoritarios son o parecen intercambiables: se les ve como gestores sistémicos de una máquina que funciona sola, a escala europea y a escala global, y no precisamente a favor de los más desfavorecidos.

La Unión Europea es un gran éxito histórico del continente que en el siglo XX inventó, por ejemplo, las guerras mundiales, pero confunde retórica con pedagogía y lo que hace bien lo explica mal.