Dos miradas de verano

La tramoya del Papa

EMMA RIVEROLA

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La policía no pudo reprimir al cielo de agosto. A pesar de ello, las temperaturas de más de 40º, la intensa lluvia y el viento no impidieron que miles de jóvenes congregados adoraran aBenedicto XVI,una de las estrellas de un verano velado por siniestros nubarrones. Ante sus entusiastas seguidores, el Papa exhortó a seguir el estricto camino que él mismo ha contribuido a teorizar y convertir en dogma. Una vía vetada a todos aquellos que se acercan y tratan de interpretar las escrituras desde la óptica de la libertad.Benedicto XVI,máximo representante de una curia de ancianos, se rodeó de ojos jóvenes y les dijo cómo deben mirar. No les habló del futuro incierto, ni de un mundo en el que la pobreza extrema y la desigualdad radical se extienden como una plaga bíblica. Tampoco trató de remover las conciencias de los poderosos, ni mucho menos echó a los mercaderes del templo (estos corrían con buena parte de los gastos del viaje). El llamado vicario deCristotrufó su discurso de mandatos y prohibiciones. Y fue acogido con exaltación en un acto de mayúscula comunión. Todos formaban parte de algo. Una minoría que se siente segura siguiendo los pasos marcados.

El Papa se fue. Agosto languidece y las nubes amenazantes permanecen. Bajo el grito de la indignación, algunos alzan la mirada y tratan de conjurarlas por sí mismos. El futuro da vértigo sin una tramoya que lo sustente.