Las consecuencias de un fraude fiscal
La traición de Jordi Pujol
La forma de la confesión del 'expresident' revela que no tiene intención de aclarar prácticamente nada
Antonio Franco
Periodista
ANTONIO FRANCO
Era tan increíble que al principio pareció que un impostor se hacía pasar por Jordi Pujol para hundirle a través de una falsa confesión. Lo que decía le denigraba personalmente y pateaba la imagen de Catalunya en el preciso momento en que el movimiento nacionalista que fundó fuerza la situación para conseguir la secesión. Pero luego supimos que no, supimos que el impostor era Pujol. Que la honorabilidad civil labrada para acceder al poder y a la Historia era falsa. Que empezó engañando a su propia hermana ocultando datos esenciales de la herencia de su padre, como explica Francesc Cabana. Que engañó luego a sus amigos, que le creían éticamente intachable, y a sus colaboradores. Y a quienes le respaldaron desde la calle pensando que encarnaba la Catalunya democrática, libre y honesta que deseaban. Que engañó en sus libros cada vez que aludió a la ética. Y que finalmente ha engañado, y mucho, a su biógrafo, que redactó sus memorias respetando el relato maniqueo que le transmitió.
Que no nos engañe ahora a los demás. No ha sido una confesión/estallido por razones de conciencia sino una confesión/cálculo al verse a punto de ser cazado. Y la ha preparado cuidadosamente con abogados y asesores fiscales para darle la forma técnica que minimice al máximo la cantidad de dinero que retornará.
La declaración tampoco debe descentrar el fondo de las cosas. Pujol además de engañar ha cometido un abuso y una traición. Es abuso que quien pide -y exige, con los guardias a sus órdenes- el cumplimiento de las leyes no atienda sus obligaciones fiscales en relación a una fortuna cuantiosa. Es traición lo que ha hecho con su ideología, pues se decía socialdemócrata además de nacionalista. "Olof Palme también es mi referente, Franco", me dijo en una discusión sobre si en política era razonable anteponer la cuestión nacional, el "nosotros y ellos", al eje tradicional de la derecha y la izquierda. Cualquier socialdemócrata sabe que si defrauda a Hacienda -y más si es millonario- contribuye directamente a que las camillas se acumulen en los pasillos de los atiborrados hospitales públicos que cierran plantas por falta de recursos.
Siguiendo con mi testimonio personal, haré mi propia confesión, que es de ingenuidad: siempre le consideré honrado en lo personal aunque laxo con sus entornos. Cerró los ojos ante el llamado sector negocios de Convergència; consintió el enriquecimiento de amigos y correligionarios que utilizaron para sus negocios privados y para la financiación ilícita de CDC la proximidad a su poder. Millet, que al principio de su caso también hizo una confesión/trampa, forma parte de esa estela. Por otra parte, los medios de comunicación han padecido su obsesión y la de su mujer, Marta Ferrusola, intentando obstaculizar la información sobre las actividades económicas de sus hijos. Me dijeron varias veces que cuando sus hijos hacían negocios no debían verse "perjudicados" (sic) por el apellido que llevaban.
La forma de su confesión revela que no tiene intención de aclarar prácticamente nada. Ni como se obtuvo el dinero inicial, ni si su padre dejó otras cuentas en el extranjero, ni quien ha administrado lo evadido, ni si se sumado posteriormente otras cantidades a esas cuentas y con qué procedencias. Debe aflorar toda la verdad. Quien oculta un engaño puede ocultar dos, y una cuestión que flota en el aire es la posibilidad de que su familia se haya beneficiado de las comisiones irregulares de la obra pública efectuada en Catalunya en su etapa de gobierno. Me refiero al famoso 3% que, a la baja, le echó en cara en el Parlament al poder convergente, entonces en la oposición, Pasqual Maragall la misma mañana (24 de febrero del 2005) que EL PERIÓDICO había publicado un editorial denunciando la mala práctica con motivo del hundimiento del túnel de El Carmel.
En otro momento reflexionaremos sobre las consecuencias políticas de esto para Catalunya, un país para el que, no sonrían por favor, Pujol pedía una agencia tributaria propia a quienes tenían hasta hace poco en Madrid a Bárcenas llevando las cuentas del partido que gobernaba. Y sobre la extrema fragilidad en que queda Artur Mas tras su desgraciada frase describiendo este escándalo como una cuestión privada de quienes tienen la cuenta ilícita en el extranjero. Y para analizar lo peor, la decepción de mucha gente honrada. Pero lo que pasa no es malo: la vieja e hipócrita política de caudillos, opacidades y ausencia de verdaderos controles democráticos sobre todas las cosas se hunde a ojos vista. Y tampoco está mal que si Pujol no lo merece al final no lleve su nombre ninguna calle de ninguna ciudad decente.
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