Peccata minuta
Todo el monte es orégano
¿Quién dice que la Generalitat, entregada en cuerpo y alma a eso de la independencia y a dar explicaciones parlamentarias que no cuelan, no legisla? Falso: nuestra Administración no quiere dejar ni un cabo legal suelto, y a partir de ahora hasta los boletaires. El básico será el de boletaire esporádico, es decir, aquel que un buen día no tiene nada que hacer y se dice: «¡Mira, me voy a buscar setas!». Y, al volver a su casa, se apaña un revoltillo con los cuatro rossinyols, camagrocs o fredolics que, como maná, la Madre Naturaleza le ha concedido. Pero los de la Gene sentencian que los bolets no son Patrimonio de la Humanidad, sino de los señores dueños de los bosques, y, ante el muy alto coste de poner puertas al campo, es bueno tener fichado a quien merodee por los alrededores. Y, de paso, recaudan una pasta, ya que parece ser que, en Catalunya, los tocats pel bolet.
Así pues, para evitar que un día, paseando por un espeso bosque, te tiente un ou de reig o una trompeta de la mort, y mientras los cortas con tu navajita suiza, pasen los Mossos y te multen, deberás acreditarte a través de tu carnet de boletaire, disponible al módico precio de cinco eurillos por setero y temporada. Eso, a no ser que dispongas del carnet de estudioso del bolet, o micólogo, que se concede gratuitamente con solo mostrar en la ventanilla correspondiente tu titulación de doctor en setas. Los eruditos no devoran a sus objetos de estudio; los miman y observan cara a cara como Hamlet a la calavera.
Depredadores natos
Todo esto es peccata minuta: aquellos a quienes persigue la Hacienda casi catalana es a los profesionales del boletque, armados de grandes cestos de mimbre o cubos de plástico, conocen como la palma de su mano los escondrijos de las chimeneas de la tierra y a su paso no queda títere con cabeza. Por una inconcreta cantidad de entre 100 y 200 euros al año, usted, que está en el paro, puede hacerse con 35 kilos de rovellons al día. La verdad: no me imagino a los Mossos, además de pistola, porra y esposas, con báscula o balanzas.
Propongo a las autoridades que no se queden a medias y emitan carnets de pago para todo aquel desaprensivo convencido de que el monte es orégano. ¡Temblad, buscadores de lluvia de caracoles, caracolas y cangrejos; olorosos amantes del tomillo, del romero y de la hierbabuena; novios de todas las flores silvestres; golosos del azúcar de la fresa salvaje, del madroño y de la mora; arrojadores de la piedra certera que desprende del pino la piña preñada de piñones y deposita piedrecitas sin dueño a la orilla del mar!
Y, ya puestos, tres carnets de catalanidad, a precios diferentes.
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