Peccata minuta

¿Tercera edad?

Me gustaría seguir aprendiendo de las personas a las que la fatal edad de 65-70 años ha obligado a abandonar su magisterio

JOAN OLLÉ

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Pasamos los días santos en Puiglagulla, pueblecito de Osona en el que nuestros amigos YvetteJoanna y Joan tienen una casita de chocolate, como de mona de Pascua, en lo alto de la colina. Allí vimos crecer minuto a minuto la retama y la luna llena de la crucifixión, mientras Joan cortaba leña y Carles la transportaba y apilaba para el próximo invierno, tan lejano.

El sábado por la tarde, aún con los manteles manchados de sol y los cafés, recibimos una agradable visita: se trataba del señor Santi Riera, presidente de las Caramelles del Roser de Sant Julià de Vilatorta, residencial pueblo vecino reconocido en toda la comarca, más allá de otros indudables méritos, por el pan y los dulces que salen del horno de la pastelería local. El único motivo de la visita era, en señal de buena vecindad, hacerles llegar a nuestros amigos un auca y un libro que el ayuntamiento ha editado para conmemorar el 425 aniversario de Les Caramelles del Roser, que culminará mañana, domingo, con una concentración de colles invitadas que ofrecerán lo mejor de su lírica primaveral. El pasado domingo tuvimos la oportunidad de escuchar, a la salida de misa de 12 y con la brisa oliendo a buñuelo de viento, el canto de Els Goigs de la Verge del Roser, una solemne y reiterada melodía, acompañada por instrumentos también de viento, que los cantaires -todos hombres- ataviados con capa hasta los pies, vestido oscuro con corbatín, sombrero de copa y bordón vienen interpretando desde hace más de cuatro siglos. ¡Cuánta elegancia musical e indumentaria! ¡Cuánta aristocracia popular!

Saber cosas sencillas

La misma que derrama nuestro amigo Santi Riera, de 79 juveniles años, siempre sonriendo, escuchando con los ojos y contagiándonos su suave pasión por la música, a la que ha dedicado la vida. ¡Y lo que le queda! Me gustaría pasarme horas escuchando a Santi, porqué en él hay un alto saber de cosas sencillas, como me gustaría seguir aprendiendo de las personas a las que la fatal edad de 65-70 años ha obligado a abandonar su magisterio.

En el Teatro Español de Madrid trabaja mi buena amiga, la imprescindible Antoñita, jefa de peluquería y maquillaje; tiene 90 años y no hay problema que se le resista: más sabe el diablo por viejo que por diablo. ¿Quiénes sino los más viejos del lugar disfrutan del privilegio de haber estado más cerca de los orígenes para podérnoslo contar? Propongo a los partidos, que en breve nos pedirán el voto para arreglar el mundo, que no se olviden del pequeño mundo de la gente mayor, y que llegar a la edad de la sabiduría no representa obstáculo para dejar de sentirse útil. Una abraçadamestre Santi. Un besito, maestra Antoñita. ¡Ah! Y no se me pierdan las caramelles de mañana.