MIRADOR

Tarde y mal

XAVIER BRU DE SALA

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Vaya diferencia, a favor de los primeros, entre la actuación de los empresarios catalanes y la de los intelectuales de Madrid. Las patronales, la Cambra, el Cercle d'Economia y algunos destacados generales de empresa toman posiciones públicas y ejercen presiones privadas en busca de un acuerdo en el contencioso soberanista. Tienen clara conciencia de que no son los protagonistas del debate. Ellos observan el entorno social, se preocupan, proponen, respetando la primacía de los representantes del pueblo. Algunas organizaciones se han incorporado al pacto por el derecho a decidir, junto a los sindicatos mayoritarios y multitud de asociaciones. Otros insisten en una tercera vía con reconocimiento de la nación catalana. Digan lo que digan, lo hacen desde sus visiones del bien común y atendiendo sus legítimos intereses. Su voz es escuchada y valorada, tanto por los que están de acuerdo con lo que dicen unos u otros como por los que discrepan. Es así porque aportan argumentos desde una indiscutible, y ya tradicional, capacidad de influencia en los asuntos públicos.

En cambio, los dos manifiestos que hemos conocido esta semana no expresan una voz propia sino que son redundantes y reiteran expresiones cien veces dichas por políticos y periodistas. Por este motivo, no tienen peso ni incidencia. Unos apoyan la intransigencia de la derecha desde la extrema derecha. Los otros firman a favor de las propuestas socialistas. Ninguno de los dos manifiestos contiene ideas originales. No van delante de una procesión sino detrás, alienados, adocenados, oportunistas, escasos de pudor y, por si fuera poco, cortos en número. Entre los dos se neutralizan, como si sumáramos uno y restáramos uno. El resultado, un cero a la izquierda.

Si el Zola del J'accuse y todos los que han venido después para sacudir conciencias levantaran la cabeza, renegarían de la condición de intelectuales. Qué lejos andamos de la generación del 98 o del papel de los intelectuales en la transición. Que recuerde, los firmantes de ahora se han abstenido de redactar manifiestos en denuncia de los abusos del poder, la corrupción, el incremento galopante de las diferencias sociales y la pobreza o el sufrimiento de millones de parados y de excluidos de la sociedad del bienestar. Pero, está claro, si se trata de alentar la animadversión contra la mayoría de catalanes, algunos corren, por fortuna no todos. Encima, se diría que sin el primer manifiesto, de una impertinencia y una inconsistencia conceptual en los antípodas de la ecuanimidad, nadie se habría molestado en elaborar el segundo.

Agrade más o menos lo que dicen, los empresarios se han ganado un crédito; los firmantes de los dos manifiestos profundizan el descrédito de los intelectuales. Pobre España.