Polémica por las declaraciones del cineasta Bertolucci

El tango envenenado de la mantequilla

OLGA MERINO

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Aclarémoslo de una vez: Maria Schneider no fue violada en la célebre secuencia de El último tango en París (1972), pero sí humillada y sometida a un trato vejatorio por parte del director, Bernardo Bertolucci, y el actor principal, Marlon Brando. Fue a todas luces maltrato y abuso de poder. Por decirlo corto y claro, a la actriz francesa le embadurnaron el ano y los genitales de mantequilla sin su consentimiento, mientras el protagonista masculino de la película se disponía a darle un discurso sobre la institución de la familia.

SOBERBIA DISPLICENTE

De acuerdo, no hubo sodomización stricto sensu, pero el revuelo en torno a la escena revivida invita a desmenuzar unos hechos de nula ética. En un vídeo del 2013, recién desenterrado en las redes, el cineasta italiano confiesa que Maria Schneider no sabía nada sobre el recurso de la mantequilla como lubricante, escamoteado a propósito porque deseaba captar su reacción como chica violada y no como actriz. Pues bien, escuchando la grabación irrita sobremanera la soberbia displicente con que Bertolucci lo cuenta: a los dos machos alfa se les ocurrió la idea el mismo día del rodaje, durante el desayuno, cuando "untamos mantequilla en pan y mi colega y yo nos reímos con complicidad". El actor que encarnó a don Vito Corleone en El Padrino tenía entonces 48 años; Schneider solo 19.

UNA SECUENCIA ACCESORIA 

Cabe preguntarse por qué la fantasía sexual de Bertolucci, unto incluido, no figuraba en el guion original, ¿acaso porque la actriz se habría negado en redondo? Por otro lado, si desconfiaba de las dotes interpretativas de la joven Schneider, ¿por qué la contrató? Si el director italiano pretendía saciarse de realidad, le hubiese traído más cuenta dedicarse al rodaje de documentales, a practicar el método Stanislavski con los leones de la sabana africana. Dice sentirse culpable pero no arrepentido.

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En el citado vídeo, además, el cineasta disculpa el engaño y el ocultamiento en nombre del arte, del arte en mayúsculas, como si el fin estético justificara la abyección de los medios empleados. No negaré que El último tango en París es una obra hermosa donde la secuencia de la mantequilla es accesoria, pero no deja que ser significativo que el mensaje último que aspiraba a universalizar la película --la profunda soledad y la incomunicación humanas-- calase tal solo en la mujer real, y en carne viva. Pasaron casi desapercibidas las declaraciones de Maria Schneider en el 2007, cuando en una entrevista con el Daily Mail dijo haberse sentido "humillada" y "un poco violada" por ambos varones, entonces intocables. Sus lágrimas fueron reales en un filme de culto para la progresía. ¿Pasaba por la mofa la revolución sexual? Pues, vaya.

TRAUMA PARA LA ACTRIZ 

Ninguna obra artística, pese a su excelsitud, justifica el trauma y las secuelas psicológicas que luego arrastró Maria Schneider, quien no volvió a rodar un desnudo en su vida. En el fondo, lo que subyace bajo la polémica es la idea de que la mujer constituye un objeto que puede usarse a placer sin su beneplácito, la misma idea que alienta las violaciones de verdad.