Artículos de ocasión

La suciedad tiene nombre

La suciedad tiene nombre

La suciedad tiene nombre / periodico

David Trueba

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Hace pocas semanas se desató una torrentera de opiniones cuando la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, propuso implicar a los universitarios en las tareas de limpieza. Para aclarar algo del asunto hay que entender dos cosas previas. La primera es que la nueva alcaldesa parece actuar por una cierta cuenta propia, no del todo protegida por un aparato de partido que apoya sus argumentos, sino que ha sido elegida y gusta por lo que tiene de personalidad fuera de horma. Y segundo, la suciedad de Madrid se ha convertido en preocupación general, después de que la privatización del servicio de limpieza haya provocado un escándalo de abandono, precarización laboral de los subcontratados y degradación estética. Por eso se solicitan ideas con respecto a la limpieza, de lo contrario sería una preocupación menor. La propuesta traía aparejada la creación de un fondo de empleo universitario, que muchos han criticado en un periodo en el que España sufre cotas de desempleo insoportables. Sin embargo, la idea de trabajo universitario no es alocada, pues se trata de impedir que el mercado laboral santifique la contratación precaria y los subempleos. Si estos existen, es bueno que lo hagan amparados en propuestas públicas y que sirvan como complemento de ingresos a los estudiantes y que no se conviertan en alternativas para blanquear las estadísticas de desempleo y forzar a los trabajadores a aceptar lo inaceptable.

La posibilidad de un empleo ocasional para estudiantes, que sirva para que afronten con mayor seguridad una educación que cada vez más es un esfuerzo inasequible para muchas familias, no atrajo a nadie. La anécdota se lo comió todo y pronto las voces críticas resumieron el asunto en un titular algo bochornoso: la alcaldesa quería poner a los estudiantes a barrer las calles. Sería bueno entender cómo se fabrican deformaciones así de una noticia, pues nos haría estar un poco más prevenidos de lo que lo estamos habitualmente. Sin embargo, hay un elemento de mayor importancia que también queda enterrado por la broma chocarrera. Las fiestas universitarias carecen de servicio de limpieza propio, como sucede con algunos otros actos de carácter social que se desarrollan en territorios públicos. Sería interesante que una primera brigada de limpieza urgente viniera asociada a la convocatoria de actos así. Por supuesto que la calle es para que la use quien quiera en sus reivindicaciones, festejos, rodajes, competiciones y procesiones, siempre y cuando se respete y se acuerde con el funcionamiento racional de la ciudad. Pero es coherente que una de las pocas exigencias que se haga a los convocantes es la de crear una patrulla de limpieza propia tras el acto.

Cuando era pequeño tuve un compañero de clase cuya madre limpiaba los servicios de la estación de trenes de Chamartín. Las historias abominables que su madre nos contaba mientras merendábamos nos presentaban el mundo real desde una perspectiva desde la que nunca miramos: la de la gente que va detrás tratando de limpiarlo todo. Aquella madre, a la que conocía y quería, tan solo por el trato cordial de los años de infancia, está presente cada vez que entro en los aseos públicos. No es mala la sensación de conocer y apreciar a quien viene limpiando detrás de ti para hacer un uso mejor de las instalaciones. Porque la suciedad también lleva firma.