EL ATENTADO DE BARCELONA

Sospechas y condenas

Si seguimos negando que la islamofobia es una evidencia ya contrastada no podremos reconstruir las bases comunes de una resilencia contra el terror

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JORDI MORERAS

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Viví los atentados de marzo del 2004 cuando trabajaba en la Secretaria d’Afers Religiosos de la Generalitat de Catalunya. Sin estar recuperados del impacto, al día siguiente convocamos a las diferentes comunidades musulmanas para redactar un manifiesto común de condena de los atentados, que fue firmado por casi la mitad de las mezquitas presentes en el país en ese momento. Valga este apunte histórico para dar testimonio de que las comunidades musulmanas, desde el momento en que empezaron a adquirir una dimensión más pública, no han escatimado esfuerzos en manifestar públicamente su rechazo rechazo respecto a este tipo de atentados cometidos en nombre de un islam que no comparten.

Pero, a pesar de iniciativas virales como la del lema #notinmyname, a la que se sumaron muchos musulmanes de Catalunya, ¿por qué se sigue dudando de la sinceridad de sus condenas? Estos días, numerosas entidades musulmanas catalanas y españolas se han unido al resto de instituciones de la sociedad civil para de expresar su radical rechazo a los atentados de Barcelona y Cambrils, mediante comunicados y manifiestos que, de forma clara y explícita, no solo se desmarcan de estos actos, sino que los critican abiertamente y sin paliativos. La condena ha sido firme y unánime, pero hay quien afirma que no ha sido suficiente. 

De poco sirve que el emisor quiera transmitir un claro mensaje si los filtros receptores están llens de ideas preconcebidas 

Probablemente el problema no se encuentra  en la voluntad de los que expresan su condena, sino en los prejuicios de quienes las reciben. De poco sirve que el emisor quiera transmitir un claro mensaje si los filtros de los receptores están llenos de ideas preconcebidas.

Parto de la idea de que, en los últimos años, todos hemos participado en un proceso de patrimonialización del dolor, conmovidos por los atentados cometidos en otras capitales europeas que nos han hecho sentir como víctimas globales. Todos hemos formado parte de performances de la conmoción viralizadas por las redes y todos hemos llorado por París, Londres o Niza. Pero también tenemos que reconocer la vergonzosa hipocresía de haber ignorado otros atentados cometidos en países musulmanes, que no han despertado las mismas reacciones entre nuestra opinión pública.

Duelo selectivo

Nuestro duelo parece ser selectivo, y no lo queremos compartir con otros que también han sido víctimas. El dolor ahoga la compasión y hace olvidar que tanto en Madrid como en Barcelona ha habido víctimas musulmanas. Y se produce una perversa deriva por parte de los que se sienten atacados, como efecto directo del lenguaje de confrontación que se ha instalado en el tratamiento de los atentados yihadistas, que impide que todos aparezcamos como víctimas de una violencia indiscriminada. Esto lleva a entender que la única actitud que se espera de los musulmanes sea la disculpa.

Antes de que esta inmoralidad se convierta en norma, hay que responder que los musulmanes no tienen que pedir perdón o excusar al islam cada vez que alguien, de forma perversa y sacrílega, justifica su barbarie levantando el Corán como bandera. Esto no es un dilema entre un islam bueno o un islam malo, sino entre el único islam posible y la manipulación pornográfica de un islam reducido a ideología. 

Evidencia contrastada

Es intolerable que una mayoría de creyentes deban responder por las acciones de una serie de personas que se encuentran más cerca de la apostasía que del camino de moderación sugerido por el propio profeta Mahoma. Igualmente, no se les puede exigir que se queden mudos en estas circunstancias, asumiendo un sentimiento de culpa ante estos hechos. Si seguimos negando que la islamofobia es una evidencia ya contrastada (por ejemplo: ¿quién debería pedir perdón por las pintadas xenófobas y amenazantes en la mezquita de Montblanc?), no podremos reconstruir las bases comunes de una resilencia contra el terror.