La clave
La sociedad unívoca
La legión de empobrecidos es demasiado culta e inteligente para vivir sometida. Y se rebela. Con más ansias de venganza que de justicia
Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
ALBERT SÁEZ
Desde 1989 -con la caída del muro de Berlín- la hegemonía de las democracias liberales y de las economías capitalistas derivó en un pensamiento único que dio alas a su versión más extremista encarnada por Reagan y Thatcher. La falta de una alternativa dialéctica generó las condiciones para hacer posible algunas de las barbaridades que están en la base de la crisis y del cambio de paradigma actual: la globalización sin gobernanza democrática, la desregulación de los mercados, el dominio de las finanzas sobre la economía productiva, las burbujas de crédito e inmobiliaria, la precarización del trabajo o la extinción de la clase media.
Al amparo del pensamiento único, las élites mundiales colocaron en la opinión pública algunas mentiras que han minado la credibilidad de las instituciones: el fin de la historia en el que supuestamente no había alternativa al capitalismo; el choque de civilizaciones que construyó una nueva dialéctica militar basada en unas armas de destrucción masiva que no fueron y el capitalismo popular por el que presuntamente todo el mundo iba a pillar una parte del botín especulativo pero que se redujo a repartir el crédito.
Sin disidencia
Como consecuencia de esta deriva, las sociedades abiertas que imaginó Karl Popper transmutaron en sociedades opacas, cerradas, en las que la riqueza está cada día peor repartida y está más vinculada a la cuna que a los méritos y al esfuerzo. Y la legión de empobrecidos es demasiado culta e inteligente para vivir sometida. Y se rebela. Con más ansias de venganza que de justicia, con más ánimo de revancha que de regeneración. Y en este contexto, la alternativa al pensamiento único es una sociedad unívoca, donde no se admiten las discrepancias ni las disidencias porque se interpretan como un desfallecimiento, como una cesión ante los que mandan y presumen de dirigir la sociedad, sea desde las empresas o desde los gobiernos. Y en la atmósfera unívoca se produce un efecto de sugestión por el cual los torturadores libran a sus víctimas de cualquier delito y donde los discursos ajenos al nuevo mainstream son expulsados con virulencia.
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