Soberanía

El triunfo por mayoría absoluta, democrática y respetada en toda España, de Mariano Rajoy hace poco menos de cuatro años, tenía una asignatura pendiente, la homologación de la UE tras las torpezas del gobierno socialista. Eligió el presidente anteponer su ambición desmesurada de pintar de azul pepero todo el mapa autonómico y pospuso las decisiones, difíciles pero que dan la talla de un gobernante, al resultado de los comicios andaluces.

En el intermedio de ese calendario particular, pronunció una frase que a la postre ha sido su sentencia en el mundo financiero y europeo: «No acepto que me impongan un límite de déficit porque va contra la soberanía nacional». Meses después, en vigilia de la Eurocopa de fútbol, por poner referencia a hechos que conoce el presidente, se procedió a rescatar a la banca española como medio indirecto de rescatar a todo el país. ¿Era Rajoy responsable de la difícil y dramática situación financiera heredada? No. ¿Tenía derecho a distanciarse de ello? Tampoco. En todo caso podía justificar que sus decisiones eran heredadas. Pero lo que nunca podía decir, y los que saben de qué va la gobernación de Europa tomaron nota, era que actuaba en nombre de la soberanía nacional. Ahí empezó la desconfianza.