¿Un síntoma más?

JOAN SUBIRATS

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A pesar de lo que digan Mariano Rajoy y Pedro Sánchezel batacazo electoral ha sido importante. Por no hablar de los 10 puntos o los tres millones de votos que entre los dos partidos han perdido en relación a las elecciones del 2011, detengámonos en que cuatro de las cinco ciudades más importantes del país (Madrid, Barcelona, Valencia y Zaragoza) van a contar casi con toda seguridad con alcaldes o alcaldesas que no pertenecen a ninguna de las dos formaciones. Y la pluralidad en casi todas las grandes ciudades ha aumentado de forma manifiesta.

Barcelona y su más que probable alcaldesa, Ada Colau, fueron ayer portada en casi todos los grandes diarios españoles. No porque su triunfo fuera abrumador o rompiera algún tipo de récord. Seguramente tampoco por el hecho de que sea la primera mujer que llegará a alcaldesa de la ciudad. Lo fueron porque es la imagen más meridiana de la sacudida de fondo del sistema político español. De fondo porque viene de abajo, y de fondo porque no es pasajera.

El 26 de junio del 2014 se presentaba la plataforma ciudadana Guanyem. Proponía recoger 30.000 firmas que avalasen su pretensión de constituir un polo de confluencia que aspirase a «recuperar» las instituciones de una Barcelona que, a su juicio, distribuía muy mal su aparente éxito. En septiembre, las firmas estaban recogidas y la confluencia se puso en marcha. En enero, Podem, Iniciativa-EUiA y Equo firmaban el acuerdo, y el domingo Barcelona en Comú fue la lista más votada. Parece una heroicidad propia de un grupo de conjurados o un resultado de pura carambola. Pero ninguna de las dos cosas es cierta.

El éxito de Barcelona en Comú se basa en tres factores clave: un gran esfuerzo de construcción colectiva de diagnósticos y propuestas por parte de una abigarrada legión de vecinos, expertos y activistas; un cuidadoso trabajo de exploración y contacto con los múltiples polos de movilización y de trabajo comunitario en los distritos y barrios en los que la acción municipal era menos presente o en los que se percibía como más extemporánea;  y una extraordinaria labor de difusión y articulación del trabajo en redes, en televisión y en prensa, basada más en el trabajo voluntario y en la capacidad nativa de los propios movilizados que en sólidos gabinetes de prensa o en community managers  contratados ad hoc. La campaña, hecha a pecho descubierto, llenando plazas y espacios públicos, fue una constante prueba de fuego que permitió contrastar en cada caso el enraizamiento y el impacto.

Otra forma de hacer política

Tengo pocas dudas de que algo parecido ha pasado en Madrid, Zaragoza, Santiago de Compostela y otros muchos lugares que aun sin ese happy end han conseguido cambiar el mapa que los estrategas de cada partido habían diseñado con anterioridad. En el fondo, mi tesis es que Barcelona no es una excepción. Es la parte más visible y luminosa de un fenómeno de fondo que vamos constatando con formatos y resultados distintos en muchos sitios: está cambiando la forma de entender la política, la manera de practicarla, su clásica estrechez institucional. Tendremos ocasión de irlo comprobando.