La clave
El síndrome de la final de Copa
Sea en el estadio que sea, la pitada está garantizada y llegará, seguro, en medio de tensiones en torno al referéndum catalán
Juancho Dumall
Ha trabajado en las áreas de Política, Opinión y en la edición del fin de semana.
JUANCHO DUMALL
Los dioses invisibles del fútbol han querido que desde que comenzó el proceso soberanisa catalán, en el 2012, el Barça haya jugado todas las finales de Copa, menos una. Lo hizo contra el Athletic de Bilbao (2012 y 2015), Real Madrid (2014) y Sevilla (2016). Y este año volverá a estar, esta vez frente al Alavés. En todos los casos, y la final del 2017 no será una excepción, el acontecimiento deportivo venía envuelto en una polémica política: los silbidos al Rey y al himno nacional español por buena parte de la afición barcelonista (y de la vasca), en el estadio donde se disputara el encuentro.
La final de la competición futbolística que rinde homenaje a la Corona (antes lo hizo con el Generalísimo) se ha convertido en una pesadilla para la Casa Real y para el Gobierno de España, porque en el partido definitivo para el título, catalanes y vascos, presentes en cuatro de las últimas cinco finales, expresan no su fervor republicano, pero sí una explícita protesta, aunque se le quiera dar un tratamiento folclórico, contra el actual estatu quo político, plasmado en una monarquía constitucional que ha ido alumbrando desde 1978 un Estado autonómico que los nacionalismos periféricos consideran ya amortizado.
PITADA ASEGURADA
No es fácil para las autoridades del Estado gestionar esa protesta convertida casi en tradición de periodicidad anual. El intento de minimizar el alcance del alboroto fue fallido. Recuérdese cómo la bajada del volumen de los pitos en la retransmisión de la televisión pública se volvió contra quienes idearon semejante intento de falsear la realidad.
La final de este año, el 27 de mayo, no tiene aún estadio en el que disputarse. Pero sea donde sea, la pitada está garantizada y llegará, seguro, en medio de tensiones en torno al referéndum catalán. Y también con una crecida de la protesta contra el llamado 'régimen de 1978'. Pablo Iglesias celebró ayer su clamoroso triunfo en Vistalegre 2 como una victoria sobre «los partidos de la restauración». Y no se refería, obviamente, con ese término despectivo al restablecimiento de la democracia, sino a la consolidación constitucional de la monarquía.
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