Los SÁBADOS, CIENCIA

Sin respuesta por falta de pregunta

Una cuestión necesita algo más que un interrogante: debe contener parte de lo que será la réplica

JORGE WAGENSBERG

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Resulta curioso constatar la distancia que puede mediar entre el tamaño y complejidad de una pregunta y el tamaño y complejidad de su respuesta. Existen, en efecto, preguntas muy cortas y simples cuya respuesta no cabe en un libro de 500 páginas. Una de estas preguntas me llega de repente nada menos que de un niño de 11 años: ¿Por qué existe algo en lugar de nada? Uf, uf. Pensadores como Aristóteles o Heidegger dedicaron buena parte de su vida a buscar una respuesta a esta misma pregunta. La cuestión que Heidegger se formula al principio de Ser y Tiempo (para muchos la obra cumbre de la filosofía del siglo XX) pesa solo seis palabras: ¿cuál es el sentido del ser? Y, sin embargo, aún no se ha conseguido aterrizar en una respuesta finita. La angustia existencial es parte de la condición humana y no hay pensador, niño o adulto, intelectual o artesano, creyente o ateo, científico o poeta, que no la sufra aunque solo sea durante unos pocos instantes de su vida.

Es posible que la angustia que provocan preguntas como esta proceda de la desesperación que produce la incapacidad para inventar una respuesta cualquiera, aunque sea una respuesta falsa. ¿Qué clase de respuesta estaría dispuesto a aceptar un pensador que pregunta por qué existe algo y no nada? Podemos dividir las preguntas sobre la comprensión de la realidad en dos grandes familias: las preguntas con respuesta imaginable y el resto de preguntas. Las preguntas que se hace la ciencia son de la primera familia.

Más aún, cuando un científico consigue formular una pregunta correctamente es porque tal pregunta ya está dedicada a una presunta respuesta, es decir, la trae bajo el brazo. De hecho, las únicas preguntas claras son las que ya tienen respuesta. En cambio, la pregunta sin respuesta imaginable no suele ser aún una pregunta definitiva sino, en todo caso, una aproximación de pregunta. A este grupo de inquietantes preguntas pertenecen, entre otras, las que bien podrían llamarse falsas preguntas. ¿Qué es una falsa pregunta? No es tan difícil de identificar. Una falsa pregunta es una pregunta que no tiene respuesta imaginable, pero que no la tiene por una razón: porque la pregunta contiene ya, en sí misma, alguna clase de contradicción. A los físicos nos abordan por la calle con preguntas como ésta: «¿Cómo era el universo antes del big bang, eh?».

La respuesta de que no hay respuesta por falta de pregunta suele irritar a los curiosos de la física. En efecto, los físicos reaccionan a la pregunta rechazándola. Aunque parezca lo contrario, tu pregunta no es una pregunta verdadera, o sea, no hay pregunta. ¡Cómo que no hay pregunta! Pues no. Una pregunta no se consigue solo cerrando una frase cualquiera con un signo de interrogación. En este caso, no hay pregunta porque la frase está contaminada por una contradicción. Si se menciona el big bang es que estamos dentro de la teoría cosmológica según la cual la realidad tiene un principio que, además, es también el principio del tiempo. El tiempo nace con el big bang, por lo que la partícula lingüística antes se usa ilegítimamente en la pregunta, no tiene el menor sentido. No se puede nombrar nada anterior a la creación del tiempo. O sea, no es que la pregunta carezca de respuesta, ocurre que no hay respuesta por la sencilla razón de que tampoco hay pregunta.

Ahora me enfundo en mi propia piel cuando, siendo yo ese niño de 11 años, fui asaltado por una de esas preguntas turbadoras. Turbadora, pero fresca. Si Dios es eterno y creó el mundo, ¿en qué se ocupó durante su primera semieternidad? ¡Cielos! La pregunta introduce, como mínimo, una curiosidad teológica. ¿Algo que comentar antes de recurrir al socorrido misterio? Quizá no haga falta llegar a tal extremo. La pregunta sobre la pasividad semieterna del Creador se parece demasiado a la pregunta sobre la realidad anterior al big bang. El tiempo físico se crea en el mismo instante de la creación de la realidad física, pero ¿cuál es el tiempo del Creador?

Solo dentro de la ciencia existen siete u ocho concepciones distintas del concepto tiempo: el tiempo prescindible de la física clásica, el tiempo irreversible de la termodinámica, el tiempo acelerado de la fisiología del cuerpo, el tiempo propio de la relatividad, el tiempo de la incertidumbre cuántica, el tiempo de la gravitación, el tiempo caótico de las bifurcaciones históricas… Endosar el tiempo humano directamente al tiempo divino es sin duda una osadía que especula demasiado sobre la agenda, el horario y el calendario del Eterno.

En ambos casos conseguimos evitar la búsqueda de una respuesta por el sencillo procedimiento de triturar la pregunta. Y en ambos casos, también es verdad, nos quedamos con una insatisfacción latente que, tarde o temprano, intentará abrirse camino por otro lado. Quizá con otra pregunta menos falsa.

Director científico de la Fundació La Caixa.