Pequeño observatorio

La simpatía no se rige por leyes ni por normas

La conexión entre dos personas se produce sin que a menudo sepamos la causa

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JOSEP MARIA ESPINÀS

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Estoy seguro de que el lector que ahora me lee ha dicho de alguien: «Es una persona muy simpática». Es una afirmación un poco arriesgada, porque la simpatía es una cualidad no codificable objetivamente. La definición de simpatía no pertenece al ámbito racional. No hay código que certifique, con carácter general, si una persona es simpática o no lo es.

La definición recoge esa imposible rotundidad cuando dice que la simpatía es una «inclinación instintiva que atrae a una persona hacia otra». Inclinación, instinto... No hay ninguna ley ni norma que rija la simpatía. Es un sentimiento que, en los mejores casos, es compartido por dos personas. La simpatía mutua. Si este hecho se produce, estamos participando en una de las más agradables manifestaciones de la vida.

Una de las cualidades más notables de la simpatía es que se puede tener este sentimiento sin ser correspondido. Ya sé que simpatía es, por definición, una conexión. La cuerda de un instrumento de música se pone a vibrar y por simpatía comienza a vibrar otra cuerda. Quizá este fenómeno podría compararse a las reacciones humanas. Una persona transmite una opinión, una emoción, y quien recibe ese sentimiento reacciona positivamente al impulso recibido.

¡Qué suerte poder tener simpatía! Pediría al lector que intentase hacer una lista de sus simpatías. Quizá son más de las que cree. Y no se trataría de apuntar solo los nombres de quienes tenemos alrededor. También la simpatía –que no es necesario que sea correspondida, como exige la definición– por la viejecita del entresuelo, por el chino del bar, por la periodista que me hace preguntas que no son tópicas, por todo el mundo que no nos deja caer en la indiferencia...

La simpatía no tiene nada que ver con la admiración personal ni con la pasión amorosa. Y tampoco con la cortesía. Pienso que la simpatía es uno de esos fenómenos que se producen sin que a menudo sepamos la causa. No hay nada tan visible, en cambio, como el juego artificioso de los falsos simpáticos.