Dos miradas

Silencio

Las lágrimas ciegan las miradas en Bruselas. También en Turquía. Y en Idomeni. Y en Siria. Y en tantos rincones¿

EMMA RIVEROLA

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Silencio. Nada más. Contener la respiración y callar. O llorar. O pensar. O dejar la mente en blanco. O empaparse de información. O huir de las palabras. En cualquier caso, silencio. Un silencio tejido de hebras de sufrimiento, de desconcierto, de amarga incredulidad, de desconsolada fragilidad. Un dolor antiguo y nuevo, lejano y próximo. Un dolor que siempre es igual. Indiferente a los acentos o a las pieles, al asfalto o a los caminos, a los credos o los reniegos. Una vida, un odio y la muerte: la simple ecuación del terror.

Silencio. Nada más. Porque las palabras parecen impostadas, como disfraces de un tétrico carnaval. Y nada consuela. Y nada parece suficiente. Y las imágenes nos saturan. Algunas muestran el horror. Otras pretenden ser un refugio: tres lágrimas con los colores de la bandera de Bélgica, un Tintín llorando, una vela encendida… Un gesto quizá inútil, quizá demasiado cómodo. Pero un gesto, al fin y al cabo. Un intento de expresar la impotencia, el abrazo que no llegará a las víctimas, el grito hacia los que pretenden aprovechar el dolor para alentar la xenofobia, el rechazo a los que insisten en manchar a algunas víctimas con el estigma de la culpa.

Paz es una palabra simple, pero hoy cuesta demasiado escribirla. También solidaridad. O justicia. O esperanza. Porque las lágrimas ciegan las miradas en Bruselas. También en Turquía. Y en Idomeni. Y en Siria. Y en tantos rincones… Silencio. Nada más.