Análisis

El segundo año de Colau

La alcaldesa es la primera de fuera de la Barcelona de «la pérgola y el tenis»

Ex sultum se nentem Romneque viriam ingulto rumus, Catarib

Ex sultum se nentem Romneque viriam ingulto rumus, Catarib

ANDREU CLARET

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Xavier Trias avier no pudo con Can Vies y a Ada Colau el Banco Expropiado le ha agriado su primer aniversario como alcaldesa. No estoy entre quienes criminalizan a los okupas. Estoy con muchos vecinos que distinguen entre la ocupación pacífica y la bronca organizada por profesionales de la kale borroka. Pero así es Barcelona: una ciudad donde acontecimientos como estos marcan la agenda municipal. La de un alcalde conservador y la de una activista que llegó a la alcaldía desde la calle. Es una ciudad única en Europa.

Este impacto de conflictos nacidos fuera del sistema no es fácil de explicar. Más allá del mito de ciudad rebelde, fraguado en una historia que hizo de Barcelona la Rosa de Fuego, están el paro y la exclusión social. Un 20% de los barceloneses viven hoy por debajo del umbral de pobreza. Pero hay ciudades que están igual o peor sin que su agenda esté tan marcada por el desalojo de locales ocupados. La abstención puede ser otra clave. Colau consiguió aumentar la participación electoral, pero aun así ganó las elecciones con menos de 180.000 votos. Sobre un censo de más de un millón de ciudadanos. Con una abstención tan elevada, a la que se suma la dispersión del voto, las ideas que nacen fuera de lo establecido tienen una capacidad de movilizar o de paralizar que no se da en ninguna otra ciudad española o europea.

EL COMPROMISO CON LOS VECINOS

Que se lo digan si no a Colau, la primera en llegar a la alcaldía desde fuera de la Barcelona de «la pérgola y el tenis» a la que aludía Jaime Gil de Biedma y que recuerda Andreu Farràs en su espléndido libro sobre la saga de los <b>Güell</b>.

Su reto es precisamente este: ocupar un despacho que ha sido casi siempre el de un señor de Barcelona. El de los Duran i Ventosa, Fabra i Puig, Güell, Mateu, Porcioles, Masó, Viola, Serra, Maragall Trias. Con la excepción de Clos y Hereu, que hicieron carrera en la casa gran, y de Maragall, que fue el más díscolo de los de su clase, todos formaban parte de una élite encastillada en los barrios altos de la ciudad. Cuando llegó a la alcaldía, el desafío de Colau era el de ser una mujer sin más apellido que el del compromiso con vecinos acechados por las hipotecas. Y sin mucha más experiencia que esta para gobernar una ciudad con 2.300 millones de presupuesto.

PASAR DE LOS GESTOS A LOS HECHOS

Félix de Azúa, que forma parte de otra élite, la coqueluche de los novísimos, creyó que este era su punto débil cuando la calificó de «pescatera». Olvidó que en una Barcelona tan escindida lo que resulta un lastre para unos puede no serlo para otros. Y la foto de Colau con las pescateras le dejó sin verso. Hasta ahora, Colau ha ganado esta batalla. Le falta ganar la otra. Responder a la desabrida critica del candidato Pedro Sánchez que la acusa de postureo. Es cierto que ha prodigado más los gestos que los hechos. Lo reconoce incluso Jordi Borja, uno de sus mentores. Ahora le toca demostrar que es posible otra ciudad. No solo necesaria. Joan Subirats, otro de los arquitectos de su llegada al poder, cree que en eso debe consistir su segundo año. Con realizaciones urbanas de envergadura. Con una política tecnológica que deje a la ciudad algo de lo que esta es capaz de atraer en sus recintos feriales. Con una respuesta al reto del área metropolitana que vaya más allá del tranvía. Con la transformación de demasiadas moratorias en apuestas decididas por una nueva etapa.

EMPEZAR A TEJER CONSENSOS

Ella es hábil en la respuesta, pero responder ya no será suficiente. Cuanto más conceda, más demandas suscitará. Unas más justificadas. Otras más corporativas. Estos días habla de tejer consensos. Y ha empezado por donde debía, por el consistorio. Pero el verdadero consenso solo puede venir de la iniciativa. No de la resistencia. No será fácil, porque algunos, por lo visto, prefieren pagar el coste de la Rosa de Fuego que ceder una parcela de poder.