El videojuego de la secesión

JOAQUIM Coll

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Hay que agradecerle a Artur Mas que nos haya divertido tantas veces con sus metáforas marineras, rebosantes de voluntarismo para hacer creer posible lo imposible. «Si ens quedem sense motor, desplegarem les veles», dijo tras firmar el decreto de la consulta del 9-N, ante la evidencia de que el TC iba a suspenderla inmediatamente. El domingo pasado, el ex eurodiputado de CiU Ignasi Guardans, muy crítico con la deriva separatista de su antiguo partido, nos regaló en el interesante debate que mantuvo con Amadeu Altafaj, delegado del Govern en Bruselas, la metáfora del videojuego. Permite entender por qué a los partidarios de la secesión les resulta tan difícil admitir ni una sola de las graves consecuencias de su propuesta. «Catalunya está en una situación de simulador de vuelo, en la que todo es bonito porque todo es falso y artificial». La Comisión Europea reiteró este jueves lo que ya ha dicho otras veces, que quedaríamos fuera de la UE. La secesión unilateral, que solo podría materializarse tras un acto de fuerza de la Generalitat contra el Estado, aunque fuese un gesto mínimo, significaría que Catalunya pasaría a ser Somalilandia. No es una metáfora, sino un país real del cuerno de África, independiente de facto, pero no reconocido por nadie. ¿Decir esto es querer meter miedo? No, sencillamente es la verdad. Catalunya quedaría excluida por un tiempo indefinido de todos los organismos internacionales.

Que a algunos catalanes eso no les preocupe mucho, no quita gravedad en cuanto a sus graves consecuencias económicas y sociales. Sorprende, por ejemplo, la frivolidad con la que los líderes de Junts pel Sí afirman que no solo se podrían mantener las actuales pensiones tras la independencia, sino que habrían «más y mejores» prestaciones. Romper la caja única de la Seguridad Social es de una extraordinaria complejidad, incluso en el mejor escenario imaginable. El caso belga es ilustrativo. Las discusiones sobre la segregación del sistema de Seguridad Social entre valones y flamencos, después de muchos estudios, han acabado en un mutuo convencimiento sobre la dificultad de abordar un proceso que exigiría años de preparación y que implicaría costes de transición significativos para las dos comunidades. Los nacionalistas flamencos, que desean un modelo confederal y pretenden repartirlo todo, sin embargo no reclaman la caja de las pensiones. Para Catalunya lo razonable es pensar que los costes económicos de la separación, incluso aunque fuera acordada, conducirían a un empeoramiento de las pensiones. Y si viviremos una secesión a las bravas, la incertidumbre y la inseguridad jurídica podrían extenderse muchos años. Sencillamente, el sistema de pensiones quebraría. Puede que a algunos lo de la independencia les parezca un video juego divertido y estimulante, pero créanme, es un juego muy serio.