Editoriales
Sagrada Família: un debate necesario
El impacto del templo en Barcelona y sus ciudadanos debe ser abordado sin falta y sin salidas de tono
No es la mejor forma de mantener un debate razonable y razonado, y menos desde las instituciones, que referirse a la Sagrada Família como «farsa» y «mona de Pascua gigante», tal y como hizo Daniel Mòdol, responsable de Arquitectura, Paisaje Urbano y Patrimonio en el pleno del ayuntamiento de ayer. No es la primera vez que Mòdol expresa una opinión similar, pero no es lo mismo hacerlo a título personal que cuando se ostentan responsabilidades públicas. De todas formas, la 'boutade' no debería impedir ver el fondo de la cuestión que plantea Mòdol: la sobreexplotación turística en el entorno del templo y, en general, cómo se contrapone en la balanza el interés vecinal y ciudadano y la culminación de un proyecto arquitectónico que muchos consideran que poco tiene ya de gaudiniano.
Es necesario un debate sereno sobre la Sagrada Família y su impacto en la vida de los vecinos y en el resto de la ciudad. Hace unos días, se anunció que el templo alcanzará los 172 metros de altura en el 2020, con lo cual la Sagrada Família (que no deja de ser un templo religioso por mucho que se haya convertido en una gran atracción turística) será una pieza clave del 'skyline' de Barcelona, es decir, de su espacio público. Incluso más de lo que es ahora.
Al margen de cuestiones estéticas, que siempre tiene un componente subjetivo, el volumen y la altura del templo y el espacio que ocupa en la ciudad es sin duda uno de los asuntos a debatir. Aparejado a ello, surge el impacto que su construcción genera en los vecinos, muchos de los cuales tendrán que abandonar sus hogares para permitir el crecimiento del templo. Y los que sigan viviendo en la zona deberán lidiar con las consecuencias -muchas de ellas indeseables- de convivir con un icono turístico que atrae a millones de personas cada año.
Es innegable que la imagen de Barcelona está ligada en el resto del mundo al de la Sagrada Família. Pero a medida que el proyecto ha ido avanzando y el templo creciendo, muchos barceloneses no es que cuestionen a su icono, sino que directamente le han dado la espalda. Urge, pues, que Barcelona reflexione, sin salidas de tono, qué tipo de relación quiere mantener con la Sagrada Família: ser una ciudad que cuenta con un templo icónico o bien una ciudad al servicio de un monumento emblemático.
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