DOS MIRADAS
El romance del año
El 15 de junio, la revista ¡Hola! adelantaba su edición para dar cuenta del romance del año, la sorprendente relación sentimental entre el Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa e Isabel Preysler.
'EL NOVIO DE LA MADRE DE', POR JOSEP MARIA FONALLERAS
Creo que fue el Sunday Mirror quien afirmó que la madre de Enrique Iglesias se había echado novio y que este era escritor. Puede que sea el final más triste para quien ha degustado la fama y ha gozado del prestigio supremo procedente de la virtud literaria: verse relegado no solo a ser el apéndice de alguien sino a ser un don nadie que está con la madre de otro que, desde el punto de vista del escritor, no deja de ser un mindundi. Es posible que Vargas Llosa se haya encontrado en círculos desconocedores de su bibliografía. «¿Escribes? ¿Y te publican, tienes algo publicado?». Puede ser que el premio Nobel haya experimentado esa desazón, algo que le pasa a cualquier novelista humilde y desconocido alguna vez en la vida. «Bueno, sí, me dieron el premio Nobel». La pregunta es: ¿y si resulta que eso le gusta? ¿Y si se da el caso que en esta última letra de batalla sentimental el creador de universos se ha decantado por abrazar una luz que ciega el sol del creador?
A las manos de Vargas Llosa se las ve inseguras sobre la piel tersa de la Preysler que vence sobre el tiempo y la destrucción. Ella es una novelista de su cuerpo y puede que sea ese detalle el que se esconde en la mirada subyugada del escribidor. Experimentar cómo se vive así, emmarcado en papel cuché, atentos todos a los ojos extraviados del amante.
Aunque sea a cambio de ser solo la pareja de la madre de Enrique Iglesias.
'VAMOS, NIÑA, VAMOS', POR EMMA RIVEROLA
Vamos, niña, vamos a bailar. Que no importa nada de lo que ocurre a nuestro alrededor. Ya hemos vivido, amado, soñado, deseado y ahora nada va a detenerse. Seguimos vivos. Aunque los años quieran anclarme a la tierra, aunque mi cuerpo pretenda cerrar las puestas del riesgo. Vamos, niña, no hay nada que esperar. No dejemos que las ilusiones caduquen, que se vuelvan agrias como la leche o se las coman los gusanos. Que las aventuras no se tropiecen con las maletas guardadas en el desván, ni el carrusel se detenga porque nadie engrasó la maquinaria. Si he sido capaz de crear amores y muertes, si mis personajes están más vivos que muchos de los que se pasean por estas calles, ¿por qué no he de reivindicar, aquí y ahora, mi derecho a seguir inventando mis días? ¿Acaso tú y yo no hemos sido siempre los dueños y señores de nuestros cuerpos y nuestros corazones? Escribir novelas es un acto de rebelión contra la realidad, contra Dios, contra la creación de Dios que es la realidad. Eso dije en mi tesis doctoral. Y ahora, tú y yo, niña, vamos a ser dioses. Y escribiremos en las sábanas un nuevo capítulo. Con comas, exclamaciones y puntos suspensivos. Quizá sea el último, y por ello lo gozaremos en cada esquina de la cama. Porque no somos estatuas. Aún no somos el recuerdo de lo que fuimos. Y que el mundo se ría y nos juzgue y nos condene o nos desdeñe. Vamos, niña, vamos. Que la muerte nos pille bailando.
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