Editoriales

El Rey y la Monarquía

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La accidentada expedición cinegética del Rey a Botsuana está abriendo un imprevisto pero probablemente inevitable debate sobre los usos de la Monarquía española, pero más específicamente sobre el papel que debe desempeñar Juan Carlos de Borbón a los 74 años y cuando lleva 36 en el trono. La inoportunidad de este viaje real ha sido tan manifiesta (aun tratándose de una actividad privada) en unos momentos en que el país -como entidad política y como suma del conjunto de ciudadanos- atraviesa muy serias dificultades, que incluso los sectores de probadas convicciones monárquicas no pueden obviar su desconcierto y desazón.

Desde los inicios de la transición se ha repetido -y es verdad- que el Rey jugó un papel de primer orden para la consolidación de la democracia en España. Tan cierto como que ese compromiso le granjeó la simpatía de gran parte de los ciudadanos: los juancarlistas fueron infinitamente más numerosos que los estrictamente monárquicos, y no pocos republicanos, sin renunciar a sus creencias, hicieron un ejercicio de pragmático accidentalismo. Pero es innegable que ese afecto y respeto se han debilitado en los últimos años, como bien reflejan los estudios demoscópicos. Y como lo que justifica hoy la permanencia de las monarquías en los países democráticos es su papel simbólico y la sintonía con los ciudadanos, Juan Carlos y la Casa Real en su globalidad deben actuar con inteligencia y sin pérdida de tiempo para recuperar un apego generalizado.

La Monarquía ha aportado durante más de tres decenios estabilidad institucional a una España cuya historia rebosa cainismos políticos. Y debería seguir aportándola, con más sentido aún dada la grave situación económica y social que padecemos. Ahora menos que nunca, objetivamente, le conviene a España enzarzarse abiertamente en una polémica que cuestione la Monarquía, entre otras razones porque algunos poderosos que abogan por la fórmula republicana lo hacen movidos por cálculo e interés meramente personal. Pero la Monarquía debe renovarse desde dentro. Un dato no puede pasar desapercibido: Juan Carlos accedió a la Jefatura del Estado a los 37 años; su hijo y heredero, el príncipe Felipe, tiene hoy 44.