Al contrataque

Rey glorioso, ministro tramposo

JOAN BARRIL

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Si Madrid fuera Inglaterra, y la televisión, un salón, la semana pasada habríamos asistido a una representación de la comedia de Shakespeare Las alegres comadres de Windsor. Los programas matutinos y vespertinos se volcaron en los ditirambos hacia el nuevo Rey. Esas comadres y esos compadres son los mismos que, en cualquier momento, estarán dispuestos a llevar a la egregia pareja a la guillotina mediática cuando los poderosos así lo decidan.

Vistas las cosas dichas y calladas estos días regios, cabe preguntarse lo siguiente: ¿quién manda aquí? Estoy seguro de la integridad moral y profesional del nuevo Rey, pero también de que, al menos en estos primeros años de reinado, va a ser un mero títere del poder financiero, mediático y militar de Madrid. Porque las alegres comadres del Windsor madrileño, entre alabanzas y chismes, nos ofrecieron una cumplida agenda de la supuesta modernidad del nuevo Monarca. Una modernidad que pasó por la vetusta arquitectura de El Escorial junto a un friqui eclesiástico como Rouco Varela. Continuó esa modernidad en otro monasterio (y van dos) mientras el rey saliente se disponía a recibir los parabienes de los empresarios más potentes del país. El nuevo Monarca tuvo a bien decir «muchas gracias» en gallego, euskera y catalán, y -como decía lúcidamente el compañero Perdigó en este diario- una cosa es el castellano, y otra, las otras lenguas de España, esas que no tienen nombre. La semana acabó con la preocupación de los hoteleros de Baleares, esos que regalan barcos a Su Majestad, por si Felipe VI pasará las vacaciones en Marivent, ese lugar que según la política lingüística del farmacéutico Bauzá debería llamarse palacio de Mar y Viento. Añádase a la juerga de la proclamación el besamanos de 2000 ciudadanos de lo que Pablo Iglesias denomina «la casta» y ya tenemos el panorama de lo que nos espera.

Apartarse de la realidad

Los politólogos del XIX llegaron a decir que la religión era el opio del pueblo. Más tarde, la religión fue sustituida por el fútbol. Y ahora, durante unos días, de lo que se trata es de que los fastos coronatorios nos aparten de la realidad de uno de los gobiernos más antisociales de la historia. Ahí queda eso: ese gran tramposo que es el ministro Montoro, tras jactarse de una supuesta rebaja de los impuestos que él mismo contribuyó a incrementar, nos dice que los despedidos deberán pagar a Hacienda por el precario importe de sus indemnizaciones, esas que gracias a la reforma laboral han quedado en casi nada. A eso se le llama cornudo y apaleado. Pero mientras, pues eso, que viva el Rey y que las comadres y compadres de la corte madrileña tengan empleo para continuar diciendo lo mona que está la infanta y el porte que tiene Felipe VI. Esa es la diferencia entre reinar y gobernar. Reinar es inocuo y hasta decorativo, pero ciertos gobiernos son popularmente letales.