Editorial
El reto de Europa y los refugiados
La dimensión del reto que supone para Europa gestionar la llegada de centenares de miles de refugiados está creciendo al mismo ritmo que la estupefacción de los ciudadanos por las situaciones que ese fenómeno está deparando, impensables antes del 2014. El último dato que ha aflorado es estremecedor: las policías europeas han perdido el rastro de al menos 10.000 niños llegados del éxodo en los dos últimos años. Diez mil seres humanos -menores de edad, además- una parte de los cuales pueden estar siendo víctimas de abusos y explotación por parte de mafias en el continente donde se alumbraron las libertades y los derechos humanos. Un oprobio que incrementa la vergüenza que experimentan muchos ciudadanos por la actitud pusilánime de Europa ante el drama que se desarrolla en su suelo.
Es cierto que el problema de los refugiados es colosal y no tiene soluciones fáciles. Es cierto que afrontarlo requiere una importante movilización de recursos cuando la economía no acaba de despegar y las perspectivas son inciertas. Es cierto que en algunos países la llegada masiva de mano de obra puede provocar tensiones en un mercado laboral ya muy competitivo. Pero también es cierto que la UE no está a la altura de lo que demanda su historia ni, sobre todo, de lo que exige el sentido de la dignidad humana. La puesta en práctica de los planes para repartir entre los diferentes países a los refugiados venidos en el 2015 se dilata, como si se creyera que así se va a disolver la realidad. Sin embargo, el flujo de entradas no cesa: este año, 2.000 personas llegan cada día a Alemania, casi el único país con una actitud generosa hacia quienes, acosados por el hambre y la guerra, han dejado atrás Siria, Irak o Afganistán.
Pero también el Gobierno de Angela Merkel, presionado incluso desde sus propias filas, anuncia el endurecimiento de su política de acogida, un efecto de la falta de una estrategia clara y fuerte desde Bruselas. Para completar el panorama, la organización Statewatch alerta de que los países de la UE quieren dificultar el trabajo de las oenegés que auxilian a los refugiados. Es preciso insistir: el reto de Europa es enorme, pero la inacción no solucionará nada; al contrario, agravará el riesgo de estallidos sociales. Y también el sonrojo de quienes siguen creyendo en la decencia humana.
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