Cambio tecnológico y metabolismo urbano

¿Quién piensa la ciudad?

Tenemos hoy posibilidades y recursos para canalizar, expandir y concretar las capacidades colectivas

JOAN SUBIRATS

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En todo el mundo está en marcha el debate sobre cómo impacta el cambio tecnológico en el metabolismo urbano. Barcelona quiere ocupar un papel significativo en ese escenario de innovación y cambio. Obviamente, los intereses de las compañías de infraestructuras y de servicios están especialmente interesadas en esos procesos de adecuación. Pero, una mirada histórica nos advierte que los cambios tecnológicos nunca son implementados sin generar ruido, resistencia y conflicto. Como advertía 'The Economist' en un número dedicado al tema (21-4-2012), la máquina de vapor o la cadena de Ford, generaron grandes sacudidas en las trayectorias laborales, las estructuras familiares y las coordenadas vitales de grandes colectivos. Las ciudades se vieron también profundamente transformadas, aumentando de tamaño, complejidad y problemáticas diversas.

Lo que vemos ahora es cómo internet ha entrado de manera impetuosa en ámbitos personalizados de servicios personales y esferas de cuidado en que las anteriores grandes alteraciones tecnológicas apenas si habían penetrado. Y de esta manera se nos ha quedado pequeña la denominación que veníamos utilizando de 'tecnologías de la información y de la comunicación'. Estamos ya en el internet de las cosas y de las personas. Y también, por tanto, en el internet de las ciudades.

Una arquitectura abierta

Pero una característica clave del nuevo escenario tecnológico es que la innovación no viene únicamente de 'arriba'. No estamos ya en una nueva derivada de la ilustración, según la cual algunos expertos e 'iluminados' nos descubrían por dónde iban a ir las cosas y qué convenía hacer. Internet es lo que es, precisamente por su arquitectura abierta, su capacidad de mezclar e hibridar contenidos y formatos de muy distinto signo y origen. Y en ese camino un punto clave es la construcción compartida, horizontal y colectiva de conocimiento, de innovación. Cuanto más abierta es la forma de operar, más posibilidades hay de mejora, de cambio y de perfeccionamiento.

La división (el 'fork') muestra que los caminos se separan y vuelven a unirse en redes variables y no jerárquicas. No hay 'castillo' ni 'catedral'. Tenemos 'bazar' y 'multitud'. El avance científico y técnico no se basa ya solo en disponer de las personas más expertas para que trabajen en las mejores condiciones posibles, sino también y sobre todo en la disposición de contrastar información con el entorno, experimentar diseños beta, abrir e incorporar la intervención de la gente (potenciales usuarios, reformuladores, operadores) desde la misma fase inicial. La gente sabe cosas, hace cosas, transforma cosas, y esa capacidad de acción colectiva y conectiva es imbatible. Supera los diseños cerrados, construidos con lógica rival y mercantil.

Las ciudades inteligentes

No podemos pues seguir imaginando a las ciudades inteligentes como el resultado de la unión de instituciones financiadoras, empresas tecnológicas y expertos que, poniéndose de acuerdo, piensen en lo que conviene a la ciudad, aprovechando centralizadamente el caudal de información y datos que todos generamos. Es contradictorio asumir el discurso de la ciudad inteligente, anunciar que se piensa en la ciudad, pero hacerlo sin la ciudad. No es solo que el continente se imponga al contenido, sino que continente contenido no cuadran. Sin la vitalidad, capacidad e imaginación de los que ya están transformando, haciendo y modificando sus espacios vitales, sus formas de producir y consumir, de relacionarse y de agruparse para cambiar las cosas. Son las gentes de la ciudad las que deben pensar en cómo organizarse, articularse y avanzar. Son ellos mismos los que deben pensar en su ciudad. En la ciudad común. Entendiendo que no hay soluciones técnicas neutrales. Todo cambio acostumbra a generar efectos no queridos. Y es importante no ocultar la distribución de costes y beneficios, de ganadores y de perdedores.

Politizar el debate sobre la ciudad inteligente, significa precisamente esto. Discutir abiertamente de quién gana y quién pierde en cada decisión, en cada sensor, aplicación y posibilidad de explotación del 'big data' que la ciudad y sus gentes generan en su quehacer diario. Hemos de pensar en la ciudad que viene desde la ciudad que ya está yendo, incorporando debate crítico, grosor social y político a un debate que no puede ser solo tecnológico. La ciudad ha sido siempre el espacio político por excelencia. Es en la ciudad donde se concentran problemas y soluciones, conflictos y oportunidades. Y tenemos la gran suerte de que hoy disponemos de posibilidades y recursos tecnológicos de los que no disponíamos y que permiten canalizar, expandir y concretar las imbatibles capacidades colectivas de hacer y pensar, y también de asumir las responsabilidades colectivas que ello implica. Aprovechémoslas.