Qué podría cambiar

Ignoro si Menéndez Pelayo diferenciaba mucho entre español e hispánico. Según él, los catalanes y los portugueses eran españoles, el portugués y el catalán son lenguas españolas y, debe inferirse, los estados son contingencias pasajeras que no alteran los hechos esenciales.

El desarrollo de los tentáculos estatales hace posible que hoy conformen mucho más la existencia de la gente y el curso de las sociedades. Es innegable que España tiene un gran peso en Portugal, y que los portugueses aprenden el castellano por ósmosis, aunque disimulen. Aun así, la cultura española es poco, o muy poco, permeable a la portuguesa y viceversa. Ahora bien, es dudoso que la eventual formación de un estado catalán alterara la relación cultural simbiótica entre Madrid y Barcelona. Casi todo está tan entrelazado que resultaría imposible separarlo, y menos aún establecer compartimentos más o menos estancos de no mediar enormes y costosos esfuerzos por ambos lados a lo largo de muchos decenios.

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Resulta muy difícil imaginar que Barcelona pueda dejar de ser la capital editorial de la lengua castellana. En un documento poco difundido pero bastante realista, el mismo Consell Assessor per a la Transició Nacional ya preveía acuerdos para la continuidad de las emisiones radiofónicas y televisivas, entre muchos otros, de manera que nadie debería recurrir a Internet para ver Antena 3 o seguir RTVE. Tampoco dejaríamos de coproducir en materia audiovisual ni de girar espectáculos, ya que la pérdida sería demasiado grave para todos. El mercado cultural catalán es necesario para las producciones españolas. El español es imprescindible para que las catalanas alcancen una masa crítica industrial, etc. La desconexión cultural es pura quimera.

Casi lo único que podría cambiar es el presupuesto que Catalunya dedica a la cultura, todavía tan insuficiente, pero en esto más vale ser escéptico.