La encrucijada de los Veintiocho

¿Qué hacemos con/en Europa?

Hay que reconocer que con el euro las economías europeas, en vez de converger, han divergido

JOSEP BORRELL

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En el 2012, Artur Mas anticipó las elecciones creyendo que obtendría la mayoría absoluta y quedó rehén de ERC. Ha vuelto a anticiparlas presentándolas como un plebiscito y los dos han quedado en manos de la CUP. Pero cada vez que está en un apuro aparece Mariano Rajoy echándole una mano. Dejemos que Mas siga implorando a la CUP que le haga presidente a cambio de la ruptura ipso facto con España como primer paso hacia una república popular catalana, y volvamos la vista a esa Europa de la que la CUP propone salir y en la que ocurren cosas tan importantes como preocupantes.

Para mi generación, los 30 años en los que hemos sido miembros de la UE han sido, en su conjunto, los mejores de nuestra historia moderna desde la batalla de Trafalgar. Pero mis alumnos en la universidad no ven tan claro que haya sido así. Para ellos pesan más los años de la crisis del euro que los 25 anteriores. Su punto de vista se parece al rechazo que expresa la CUP, que curiosamente obtiene muchos votos en zonas rurales cuya economía solo subsiste gracias a las ayudas europeas.

Hasta ahora las crisis catalizaban nuevos avances y la UE siempre salía reforzada de ellas. Pero esta vez puede ser diferente. El conjunto de problemas a los que se enfrenta la UE parece que nos lleva al freno y marcha atrás más que a pisar el acelerador. A la vuelta de este triste verano, una gran parte de las economías europeas siguen con altos niveles de desempleo y unas finanzas insostenibles. La implosión de Oriente Próximo ha catapultado hacia la apacible Europa miles de desesperados demandantes de asilo. Esas crisis han inducido la emergencia de partidos populistas y anti-UE por la derecha y por la izquierda. Y el Reino Unido puede salir de la UE.

La crisis de los refugiados ha situado en un segundo plano la crisis del euro. Pero esta no se ha resuelto, a pesar del acuerdo para que Grecia reciba un tercer plan de ayuda. La nueva dosis de austeridad puede agravar su situación y hacer que el euro aparezca, cada vez más, como una trampa de la que no se puede salir. Los griegos parecen conscientes de que salir del euro les acarrearía una crisis económica tan grave que es mejor seguir en él, pese a que solo se les propone una austeridad sin fin. Los países acreedores, especialmente Alemania, temen que se acaben generando transferencias fiscales permanentes al sur de Europa. Y sus opiniones públicas no están dispuestas a aceptarlo, aunque eso es lo que ocurre en todas las uniones monetarias estables que existen en el mundo.

Reconozcamos que, con el euro, las economías europeas, en vez de converger, han divergido más que nunca. Y que en vez de crear la confianza mutua que abriese el camino a la unión política, ha creado una mayor desconfianza entre el norte y el sur de Europa. Desde 1999 al 2010 no se construyó ninguna de las instituciones necesarias para el buen funcionamiento del euro. Y solo lo hicimos cuando las urgencias de la crisis lo hicieron imprescindible.

Pero no sabemos qué habría ocurrido sin el euro. Quizá habríamos añadido a los problemas del dumping social y fiscal el del dumping monetario. Y una mayor inestabilidad financiera. Puede que nuestras exportaciones no se hubiesen visto penalizadas por una moneda tan fuerte como ha sido el euro, aunque eso es ya un problema superado. Y muy probablemente los tipos de interés no hubieran sido tan bajos como lo han sido hasta la crisis, y sin el euro ahora volverían a subir a niveles muy perjudiciales para la recuperación.

Lo que ya debería estar claro es que no se puede construir una unión monetaria con libertad de movimiento de los factores de producción y al mismo tiempo negarse a corregir los desequilibrios que esos movimientos producen. Por ejemplo, muchos de los más preparados de nuestros jóvenes han emigrado a una Alemania con poca mano de obra cualificada. En abstracto no es algo negativo, porque uno de los objetivos de la UE es impulsar y facilitar la movilidad de la mano de obra. Pero si este movimiento sigue y se acentúa, perderemos parte de nuestra fuerza de trabajo más productiva, que no contribuirá al crecimiento ni a pagar las pensiones de los mayores, mientras que el país ha soportado el coste de su formación. Una situación insostenible en el medio plazo.

En otras uniones monetarias, en EEUU y la propia Alemania, estos desequilibrios también se producen, pero existen impuestos a nivel de la federación y transferencias de recursos a través del presupuesto federal que contribuyen a corregir estos desequilibrios. El futuro de la UE dependerá de si los europeos quieren de verdad unir sus destinos y de si sus líderes son capaces de hacer entender a sus opiniones públicas las ventajas de la unión. Antes de que el euro acabe explotando por la fatiga de los ciudadanos o la desconfianza de los mercados.