La clave

¡Qué error, qué inmenso error!

ENRIC HERNÀNDEZ

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En la trayectoria de un político se le brindan contadas ocasiones de cambiar el curso de la historia. En la transición tuvieron esa fortuna Adolfo Suárez, Santiago Carrillo,Josep Tarradellas y Jordi Pujol. Los cuatro supieron estar a la altura del desafío. TambiénFelipe González, al forzar la renuncia del PSOE al marxismo, y Pasqual Maragall, con la conquista de los Juegos Olímpicos para Barcelona, se convirtieron en protagonistas de la historia.

AArtur Mas y aMariano Rajoyse les presentaba ayer una de esas escasas oportunidades. Tras el portazo deRajoy al pacto fiscal, y aupado en la marea independentista de la Diada, elpresidentsalió de la Moncloa más legitimado para emprender la odisea soberanista hacia Ítaca, con parada y fonda en unas elecciones anticipadas de carácter refrendatario. El tiempo dirá si fue un acierto o un tropiezo, pero hasta la fechaMas no ha dado un solo paso en falso.

Rajoy, por contra, cometió ayer un grave error, «un inmenso error», en frase célebre de Ricardo de la Cierva.El presidente podía haber escuchado al empresariado catalán, que le había pedido que fuera flexible y no cerrara la puerta al acuerdo fiscal con la Generalitat. Podía haber pronunciado ante las cámaras un alegato en favor de la unidad de España y la concordia entre sus pueblos. Podía haber reconocido que los modelos de financiación llevan 30 años penalizando a los catalanes. Se podría haber ofrecido a negociar fórmulas que, sin descoser la Constitución, aliviaran el déficit fiscal cronificado en Catalunya. ¿Cómo hubiera reaccionado Masen tal caso? ¿Se hubiera negado al diálogo o habría ganado tiempo para explorar las posibilidades de acuerdo?

Adiós a la 'conllevancia'

Pero el jefe del Ejecutivo prestó más atención a quienes, dentro y fuera del PP, le piden mano dura con Catalunya. Atenazado por la crisis, el aplazado rescate y quienes se confabulan en su contra,Rajoy se aferró a la Constitución sin reparar en que, erigiéndose en teatral garante de la unidad de España, no hace sino activar su lenta demolición. Y dejó pasar una oportunidad histórica por no alcanzar a comprender que, en Catalunya, la era de laconllevancia orteguiana toca a su fin.