Editorial

Puigdemont, presidente accidental

La acción del Govern se ha instrumentalizado al servicio del proyecto de la independencia

El 'president' Carles Puigdemont, en una reunión de Govern.

El 'president' Carles Puigdemont, en una reunión de Govern.

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En el último minuto, cuando ya sonaban los tambores electorales, el entonces 'president' Artur Mas dio un paso al lado y propuso como candidato de Junts pel Sí al entonces alcalde de Girona, Carles Puigdemont. La CUP aceptó y Catalunya se libró de una repetición de elecciones. Estos doce meses de la presidencia Puigdemont han estado determinados por ese peculiar episodio. Puigdemont no ha querido perder nunca su condición de presidente accidental. Esta semana ha insistido en abandonar el cargo sin ser candidato una vez que se dirima el asunto del referéndum o la hipotética declaración de independencia. Insiste, pues, en llevar a su gobierno y al conjunto de instituciones catalanas hacia el callejón sin salida de la unilateralidad, un camino a ninguna parte como sabe perfectamente el 'president'.

Como consecuencia de haber asumido la presidencia en estas condiciones, en estos doce meses toda la acción del gobierno se ha instrumentalizado en función del proyecto de desconexión con el resto de España. El fracaso en la tramitación de los presupuestos del 2016 se saldó con una moción de confianza en la que Puigdemont pretendió, con un éxito relativo, vincular a la CUP con las cuentas del 2017 a cambio de continuar con la hoja de ruta independentista, que también se modificó para anteponer un referéndum con el que se pretende atraer al proyecto al mundo representado por la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau. Un intento en el que también se inscribe la formulación final de las cuentas del próximo año, cargadas de retórica en materia de gasto social hasta el punto de inquietar al propio partido del president. 

Las iniciativas de Puigdemont en este año no han alterado sustancialmente la correlación de fuerzas entre independentistas y no independentistas tras el 27-S. El apoyo de la CUP sigue en precario. No todas las fuerzas parlamentarias partidarias del referéndum se suman a la aventura de la unilateralidad. Los problemas sociales no son atacados de raíz sino de manera puramente instrumental. El balance no puede ni tan solo aplaudir la estabilidad, porque la aparente pacificación del gobierno y de la mayoría parlamentaria que lo sustenta solo se consigue agitando la confrontación con el Estado y con el horizonte de una desobeciencia que partiría a Catalunya en dos.