Los problemas de España
Rajoy, el Rey, la regeneración
Ni el jefe del Gobierno ni el del Estado están en condiciones de encabezar una renovación democrática
Antonio Franco
Periodista
ANTONIO FRANCO
No nos hagamos ilusiones, no tenemos un problema sino tres. Por un lado, una crisis económica que nos empobrece. Por otro, una crisis política demoledora (el desmesurado nivel de corrupción en los altos cargos políticos y financieros ha desestabilizado nuestro sistema democrático). Y en tercer lugar, la absoluta falta de credibilidad de nuestros gobernantes, detectada en todos los sondeos de opinión, unida a una desconfianza general respecto de que vayan a resolver la mala situación.
Las tres cuestiones se resumen en una sensación colectiva de noqueo y de bloqueo. Vemos que quienes llevan las riendas se limitan a poco más que intentar ganar tiempo (o mejor dicho, a perderlo), esperando que las cosas se arreglen más o menos solas o nos las solucionen desde fuera. Ni se exploran políticas de reactivación diferentes del austericidio por tijeretazos que ha recetado la señora Merkel, ni se emprenden iniciativas drásticas de regeneración democrática, ni el poder abre el más mínimo diálogo directo y franco con los ciudadanos sobre lo que ha pasado hasta ahora y lo que conviene hacer. Los gobernantes exhiben cada vez más opacidad, admiten menos preguntas de la prensa e incurren en contradicciones flagrantes en las pocas ocasiones en que no predican tópicos.
Así no se deben abordar ni una crisis ni una conmoción colectiva como las que vivimos.
Hace pocos días, un profesional de prestigio internacional, el noruego Atle Dyregrov, director del Centro de Psicología de Crisis de Bergen, efectuó en Barcelona una reflexión muy aplicable por contraste a nuestras desventuras. Este experto tuvo que encarar primero y estudiar a fondo después las repercusiones sociales de la tragedia de Utoya, en Noruega. Recordarán que hace dos años un resentido mató allí a tiros a 91 chicos, uno a uno, en una dramática cacería dentro de la pequeñísima isla en la que se celebraba una concentración de jóvenes que no tenían ninguna posibilidad de abandonarla. Aquello provocó una intensa conmoción popular y desestabilizó al país. Dyregrov, en unas jornadas sobre gestión de crisis y emergencias organizadas por la Facultad de Psicología de la UAB, explicó que la sensación global de pánico y la apelación popular a respuestas irracionales únicamente se resolvió gracias a sendas intervenciones públicas, rápidas, directas y sinceras del rey y el primer ministro de Noruega a través de la televisión. Quisieron reconducir las cosas sin esconder la verdad y lo consiguieron; cohesionaron al país gracias a la gran credibilidad que se habían ganado anteriormente entre sus compatriotas.
Cuando aquí aludimos al triple problema que nos conmociona, hemos de reconocer que no tenemos la posibilidad de abordar las cosas como los noruegos. Por razones que conocemos todos, desgraciadamente ni Mariano Rajoy desde el poder ejecutivo, ni el actual jefe del Estado desde su vertiente representativa más amplia, reúnen ahora la adhesión transversal generalizada que podría compactarnos cara a un proceso de auténtica regeneración democrática. Los titubeos de Rajoy frente al caso Gürtel, sobre la financiación irregular de su propio partido, y su falta de resolución ante los desmanes y desafíos de Luis Bárcenas le convierten en no idóneo para la doble operación de castigar la corrupción pasada y diseñar un nuevo marco legal y social para impedir en la medida de lo posible la futura. Del mismo modo, las reticencias a someter al control democrático todas las cuentas y actuaciones de la Casa Real dejan en la práctica sin credibilidad a su actual titular para que pueda impulsar nada convincente cara a la nueva transparencia que debemos implantar.
A partir de esos dos factores, aquí no hay regeneración creíble. Pueden intentarla, claro está, pero una amplia confianza popular solamente volverá previsiblemente a partir de sendos relevos personales. Apuntan en esa dirección quienes responden en las encuestas a qué piensan sobre quienes nos gobiernan, e iba asimismo hacia eso lo que dijo Pere Navarro en relación al rey Juan Carlos. Son cambios que tendrían que efectuarse naturalmente, a voluntad propia y ciñéndose a las previsiones legales. Con eso y con una reforma constitucional que ventilase nuestras instituciones y partidos nos pondríamos en el kilómetro cero de una nueva situación en la que podríamos ganar todos nuestros desafíos.
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