Opinión | Editorial

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Poner coto a los cachetes

Hay que tapar cualquier rendija legal por la que puede colarse la violencia contra el menor

La violencia ejercida sobre los menores puede darse en múltiples circunstancias, desde el acoso escolar a la explotación laboral, desde los maltratos psicológicos a los físicos. Con mayor o menor intensidad: desde el simple cachete a la negligencia, el abandono o la paliza. Por desgracia, muchos de los casos se dan en el entorno familiar, en situaciones de riesgo y desamparo difíciles de detectar y a las que intentan poner coto diversos protocolos gubernamentales a través de canales como los centros educativos y los servicios sociales.

La violencia sobre el menor no responde a clases sociales o a culturas determinadas pero es cierto que se da con más insistencia en entornos más desfavorecidos y en circunstancias en las que la pobreza funciona como un mecanismo potenciador del maltrato. Los problemas económicos, de trabajo o de vivienda, acaban repercutiendo en los menores, sin escudos de protección. Por eso son loables iniciativas como la del Projecte Paidós, de Cáritas, que lleva años funcionando, y que plantea fórmulas para prevenir la pobreza infantil y ofrecer atención socieducativa. Y, sería también necesario redactar de nuevo –como reclama el Síndic de Greuges– el articulado del Código Civil catalán que permite a los padres «corregir» a los hijos. Aunque sea «con pleno respeto a su dignidad» y «de manera proporcionada, razonable y moderada», se trata de una rendija legal por la que puede colarse la violencia. Aunque sea de bajo tono.