EL RADAR

Políticos y pianistas de burdel

En una suerte de vasos comunicantes, la política está en alza mientras la imagen del político está por los suelos

JOAN CAÑETE BAYLE

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Tiempos curiosos estos, en los que parece que nadie quiere ser político y que todo el mundo quiere hacer política. Antonio Herrera Valiente, un clásico de los participantes en Entre Todos, describía en una carta enviada esta semana el proceso de organización de las elecciones a Conseller de Districte de Barcelona en Comú en Sant Martí, en el  que él formó  parte, y citaba «lo que Ada Colau, en asambleas y plenarios suele decir: 'si no haces política, otros la harán por ti'». En una perversa suerte de vasos comunicantes, cuando la política gana prestigio entre los ciudadanos y (parece) se afianza la conciencia de que es necesario implicarse en ella, la imagen del político está por los suelos. «Es la hora de la sociedad, y todos estamos obligados a formar parte de esto partiendo de un análisis personal, de nuestra conciencia tanto individual como colectiva, sin protagonismo de nadie», escribió Josep M. Casamajó (historiador de La Portella)

En esta línea, en Catalunya hemos presenciado estas semanas un espectáculo impensable no hace mucho: políticos que no lideran listas, listas que no quieren ser lideradas por políticos, políticos que quieren hacer ver que ya no son políticos en activo para poder liderar listas. Es la pesadilla de los spin doctor y los especialistas en márketing político: el nombre y los atributos de los candidatos parecen ser ya lo de menos. Pesa más la marca siempre y cuando sea blanca (que si no son siglas y eso es vieja política) que la cara en el cartel electoral.

No mucho antes de ser alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena era una desconocida; Raül Romeva encabezará  Junts per Sí como si no fuera un político pese a su historia con ICV, y Lluís Rabell, número uno de la lista Catalunya sí que es pot y expresidente de la Federació d'Associacions de Veïns i Veïnes de Barcelona (FAVB), decía hace menos de un año que él no tenía intención de encabezar ninguna candidatura en ninguna elección. Lo de Catalunya sí que es pot ha sido de lo más significativo: en su difícil búsqueda de un candidato, el requisito que parecía imprescindible era no ser profesional de la cosa (pública). Parece que la política es una disciplina en la que la experiencia ya no cuenta como un punto a favor, sino todo lo contrario. Es casi como aquel viejo chiste de los periodistas y los pianistas de burdel. «Los partidos políticos, por su propia esencia, van variando su discurso según el mercado de los votos. Si para ganar votos hay que cambiar el argumentario, se hace y punto», analizaba Roger Caballé, jubilado de Sant Cugat del Vallès. En este sentido, si los políticos están mal vistos entre la ciudadanía, pues nada, candidaturas sin políticos.

Por supuesto, no es sano tanto desprestigio del político, por mucho que se lo hayan ganado a pulso. Una cosa es deplorar la excesiva profesionalización del militante de partido político, ese profesional el aparato que acaba apareciendo en cargos de lo más dispar cuando los suyos tocan poder; otra cosa es negar que quien se dedique a la política tiene que tener  preparación, conocimientos y experiencia un trabajo de gran exigencia. El problema del otro en la frase «Si no haces política, otros la harán por ti» no es que sea político, sino qué políticas hace. Ada Colau, por remitirnos al principio, es hoy ante todo una política.

La conversación ciudadana, sin embargo, va por otros derroteros: la política del ciudadano (o sus supuesto sinónimos, «sociedad civil», «entidades», «movimientos sociales») es la buena; la de los políticos es la mala, nueva expresión del eje que todo lo marca desde hace años, el del ellos y el nosotros. Y está aún por ver que el flechazo entre ciudadanía y política sea duradero. Hacer política, como bien saben los políticos, no es fácil.