Un poco de humor es mucha vida

Estaba comiendo en el Lázaro cuando ha entrado un periodista que conozco pero al que no había visto desde hacía tiempo. Nos hemos saludado. Hemos tenido un pequeño diálogo, y antes de separarnos me ha dicho: "Te veo muy bien". Yo, que sé perfectamente que los años no perdonan, y los míos no tienen que ser una excepción, le he dicho con aquel toque de ironía que a veces se me escapa: "¿Me ves muy bien? Eso quiere decir que llevas unas buenas gafas".

Me da la impresión de que en otros tiempos, quizá a comienzos del siglo pasado, el humor se practicaba mucho más que hoy. Quizá la existencia de peñas lo favorecía. Artistas y escritores se reunían regularmente cada tarde. En el Ateneu Barcelonès se reunían ciudadanos que comentaban todo lo comentable. De literatura a ciencia.  

Había, y todavía hay, muchos ateneos repartidos por Catalunya. Cuando yo era adolescente y pasaba el verano en Sant Just Desvern, a menudo acompañaba a mi abuelo Espinàs al Ateneu, donde jugaba a billar con el carpintero o con el cerrajero del pueblo. No se perdía nunca el humor cuando algún jugador hacía una pifia.

Se tiene o no se tiene

Se llama humor a una sustancia más o menos líquida que se encuentra en nuestro cuerpo. ¿Que una persona sea más o menos malhumorada depende de este líquido? Lo dudo, a no ser que cuando reímos o nos irritamos este líquido se ponga a funcionar. Hay humoristas profesionales, que se ganan la vida con él. Hay malhumorados permanentes, que viven de la irritación. Y malhumorados ocasionales, como debo de ser yo.

La capacidad de humor se tiene o no se tiene. Dicen que Arrieta, compositor de 'Marina', se estaba muriendo cuando lo visitó un discípulo y le preguntó cómo se encontraba. Contestó: "Mal, muy mal. Tanto, que si mañana por la mañana me dicen que me he muerto, no me extrañaría nada".

Pienso que la capacidad de humor –que no es sátira ni crítica ni sarcasmo– es una herramienta muy eficaz para ayudarnos a continuar viviendo.