La clave

El 'plan B', ese enigma

ENRIC HERNÀNDEZ

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Primeros síntomas de fatiga en el proceso soberanista catalán.

1.- Los 22 puntos de ventaja que en enero obtenían los partidarios de la independencia respecto a quienes la rechazaban se reducen en octubre a 12.

2.- Quienes a cambio del concierto económico (antes llamado pacto fiscal) estarían dispuestos a renunciar al Estado propio son ahora mayoría; no lo eran nueve meses atrás.

3.- El rechazo a la independencia en caso de que esta comportase la expulsión de la UE roza ya el 57%.

4.- La ignota tercera vía, intuitivamente formulada como la consecución de «más poder para Catalunya», cosecha, antes de existir siquiera, idénticos apoyos que una Catalunya independiente: el 40%.

5.- Si bien la mayoría favorable a la convocatoria de la consulta es cada vez más robusta, ya son mayoría los catalanes convencidos de que esta no se celebrará en el mítico 2014.

Aunque los termómetros indiquen temperaturas estivales, el barómetro de otoño del GESOP anticipa un gélido invierno en Catalunya.

Ni inmovilismo ni choque

La consolidación de Esquerra como primera fuerza política en intención de voto y la emergencia de Ciutadans como punta de lanza del bloque unitarista son exponentes del alto grado de polarización electoral que el debate sobre la independencia introduce en el panorama catalán. Los partidos que en el pasado o en el presente han expresado la compleja centralidad del país (CiU y PSC) sucumben ante las vanguardias soberanista y españolista, respectivamente, mientras que el PP paga el desgaste de gobernar en España sin influir en Catalunya e ICV surfea en una calculada ambigüedad.

A la espera de la fecha de celebración (o no) de la consulta (¿14-S del 2014?) y de la formulación de la pregunta sobre el «Estado propio», en la encuesta emerge un enigmático plan B como alternativa a la independencia. No ya como el salvavidas que reclaman los náufragos del puente aéreo, sino como la opción predilecta para esa Catalunya transversal que recela tanto del choque de trenes como del inmovilismo. Pero, por ahora, la Moncloa no atiende el clamor de la calle ni las súplicas de los despachos.