Piña americana

En una semana tan llena de acontecimientos políticos también hubo un genoma. Si queremos comer bien, las frutas, con sus gustos variados y su riqueza en vitaminas, azúcares y fibras, deberían estar presentes -y esperamos que por mucho tiempo- en nuestra alimentación. Una de ellas es la piña americana, que no hace tanto se ha incorporado a nuestra dieta. Ahora tenemos su genoma, podemos observar cómo es y usarlo para entender cómo funcionan las plantas de las que nos alimentamos y qué podemos hacer para seguir disfrutando de su sabroso consumo.

La piña americana es un pariente de los cereales, pero no cuenta con un genoma tan complicado y tiene un número de genes, unos 27.000, que se sitúa dentro de lo que es habitual en las plantas. Esto es lo que han observado los grupos de investigación estadounidenses que acaban de publicar el genoma de dos variedades comerciales de 'Ananas comosus', la piña cultivada, y de una especie silvestre emparentada. Los investigadores se han fijado en los genes que permiten a la planta sobrevivir ante grandes cambios de humedad y fijar carbono no solo cuando hay luz, sino también en los momentos de oscuridad, una característica que comparte, entre otros, con el ágave.

Cuando Cristóbal Colón llegó al Caribe, encontró una fruta sabrosa que luego se convirtió en un cultivo intensivo en Hawái y poco a poco fue llegando todo el mundo. Actualmente, el primer productor mundial es Costa Rica y le sigue Filipinas, donde la llevaron los españoles. Tras el plátano, es la fruta tropical más consumida fresca, en conserva y en forma de zumos. Es rica en vitamina C

y su cultivo y su comercio la han hecho accesible a los consumidores de todo el mundo. La hemos adoptado en nuestra dieta como el tomate, la patata y tantos otros productos de América. Su genoma nos debería ayudar a seguir teniéndola en nuestros platos y quizás conseguir que otras plantas aprovechen la energía solar como ella lo hace.