Al contrataque

Pimientos de Padrón

OLGA MERINO

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Durante el medievo, allá por el año 1000, el viajero que enfilaba hacia Santiago emprendía un recorrido de penitencia. Kilómetros y kilómetros a través de los campos, a pie o a caballo, al albur de bandoleros, lobos hambrientos e inclemencias meteorológicas. Un viaje interior en el que el caminante, de tan despojado, anhelaba regresar a un estado primigenio de pureza. Al consistir en una ruta para la expiación de faltas, algunos penitentes llevaban su pecado escrito en una cédula, que depositaban a su llegada en el altar del santuario. O sea, un camino muy duro y muy perro, de ahí los atributos del peregrino: el bastón, como prueba de resistencia, y el morral abierto, en señal de humildad. O de no tener  un mendrugo que llevarse a la boca.

Nada que ver, pues, con el tramo de la ruta jacobea transitado por  Merkel y el anfitrión Rajoy, apenas cinco kilómetros, casi cuesta abajo y a la sombra de los eucaliptos.

Un paseo del Imserso

El suyo fue un paseo en plan Imserso. Una caminata fotogénica, con lo que un manifestante, uno de los pocos que pudieron acercarse hasta la plaza del Obradoiro sin recibir estopa, soltó a la cancillera: «Eso no es camino ni es nada; camino duro es el de los españoles, no el que has hecho tú». Muy sagaz el espontáneo, porque el viaje relámpago de la kaiseresa iba de eso, de apretar más las tuercas.

frau Merkel se le estaba moviendo el piso. Por un lado, los insumisos británicos, que siempre van por libre, le enseñaron los dientes y no quisieron tragar con Juncker ni locos, y por otro, el frente socialdemócrata de Italia y Francia (aunque Hollande haya vuelto a dar marcha atrás). Solo le queda la fe incondicional de Mariano, alumno aventajado. Tú me apoyas en la prosecución del austericidio y yo te coloco a Guindos en un puesto fetén por los deberes hechos y, encima, te sigo el rollo con los catalanes sin mojarme. Una escenificación perfecta de la sintonía entre ambos mandatarios, un derroche de complicidad, abrazo al apóstol incluido, en el que tan solo faltó la tuna, «ay, tra la la lai la la la, no te enamores, compostelana».

Cenaron con las dos intérpretes en un reservado del restaurante El Pasaje. Se hace difícil columbrar a qué grado de intimidad u hondura puede llegarse con el filtro de la traducción, pero da igual, porque la tierra gallega es pródiga en vinos y caprichos que afilan el entendimiento: quesos, xoubas, rodaballo y pimientos de Padrón, unos pican «e outros non». A buen seguro que los del encuentro ni picaban, que serían de esos domesticados que vienen en bolsa, como transgenizados en su obediencia. Los que abrasan, los que purgan la lengua, quedan lejos de la macroeconomía; me refiero a los pimientos cabrones: contratos basura, desahucios, comedores sociales, hospitales saturados y chavales que deben hacer las maletas.