El turno

No pienso llorar por Bin Laden

MARÇAL Sintes

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Creo firmemente en los derechos humanos, el primero de los cuales es el derecho a la vida, pero no pienso llorar por Osama bin Laden. No pienso llorar por alguien que ha contaminado el mundo musulmán con el veneno del odio, que ha ordenado y celebrado la muerte de miles de personas, adultos, niños, ancianos. En este planeta, cada día, son multitud los que sufren y mueren injustamente. ¿Por qué tendría que llorar por Bin Laden? Parece evidente que la operación del comando de élite que lo mató cometió bastantes errores. El Mosad con Adolf Eichmann fue menos tosco. Y no solo con Eichmann -con quien, por otro lado, también se pasó por alto lo que se denomina la legalidad internacional-, sino también en el caso de otros criminales nazis. Pero resulta que Bin Laden no solo era un criminal, sino que también era un símbolo potente y peligroso. Esta era la gran dificultad añadida. La decisión de Obama, ciertamente cuestionable desde la perspectiva de la ética democrática, ha sido una decisión política. Y la política suele obligar a elegir entre dos males, y, además, en medio de una gran incertidumbre, sin tener toda la información ni poder calcular con exactitud las consecuencias.

Que haya sido Obama, a quien algunos beatificaron y perfumaron con incienso (recuerdo todavía el rostro gigantesco de Obama que se dibujó en la playa de Barcelona justo antes de las elecciones presidenciales norteamericanas), quien dio la orden, no deja de ser una cruel paradoja para la parroquia de los puros, aquellos para quienes el gris o los matices constituyen siempre una repugnante traición. Obama

-premio Nobel de la Paz-, además, se ha felicitado por la operación y ha reivindicado a Bush, algo que les debe de haber dejado, aunque solo fuera por un momento, totalmente confundidos. Pero no hay que albergar temores: pronto volverán a sus certezas absolutas y simples. Tan confortables y tranquilizadoras.