Mi hermosa lavandería
'Piccolo Mussolini'
Isabel Coixet
Directora de cine
ISABEL COIXET
Aparco en un párking exterior medio vacío, cerca de la estación de tren de mi ciudad. Es una zona azul y el cajero para sacar el tíquet está a 50 metros de donde he aparcado. Bajo del coche y me dirijo al cajero para pagar. Cuando llego a la máquina, apenas 45 segundos desde que he aparcado, veo que una mujer de uniforme con gafas oscuras, con una especie de contador en la mano, ya está tomando la matrícula de mi coche. Le digo desde el cajero: “¡Oiga, que estoy sacando el tíquet!”, como haría cualquier persona normal en estas circunstancias. No se inmuta y sigue. Mientras aparece el tíquet de zona azul, vuelvo a decirle que se espere un minuto que ya vengo.
Voy corriendo al coche y la señora, con muy malos modos y un tono de gobernanta de internado de señoritas, empieza a soltarme un discurso sobre sus obligaciones. Le digo que entre sus obligaciones está ver quién acaba de aparcar y justamente se dirige al cajero a cumplir con SUS obligaciones. Me vuelve a soltar palabra por palabra lo que ha dicho antes, esta vez gritando. Se produce en mi interior un estado de cansancio/enfado y risa que conozco bien: si tuviera tiempo y no me estuvieran esperando en la estación podría conducirme a preguntarle a la mujer en qué hipermercado chino ha comprado las gafas oscuras de plástico con ribetes dorados tras las que se oculta para chillarme como una posesa. Pero me callo, pongo el tíquet en el coche y salgo corriendo hacia el tren.
Otro suceso, otro párking: esta vez uno interior, un domingo por la tarde de agosto. Un lugar con capacidad para 300 coches, completamente vacío. Entro en él y aparco. Apenas salgo de él cuando el vigilante, con una camiseta llena de lamparones, aparece gritando: al parecer, he aparcado ocupando dos plazas. Las rayas del suelo están desgastadas, pero el tipo de la camiseta debe de tener grabado en la cabeza el diagrama del párking. Le pregunto que qué importancia tiene, si mi coche es el único en este momento en este lugar. Me suelta una diatriba vociferante sobre sus obligaciones y mis deberes. Respiro profundamente. Por mi cabeza pasan varios escenarios: darle un cabezazo, imitar grotescamente a una bailarina Pina Bausch, empezar a cantar 'Como una ola', cambiar el coche de sitio.
Opto por lo último, no sea que el tipo malinterprete lo de 'Como una ola'. Una noche, hace ya años, entré con un conocido escritor italiano en una pizzería desierta de la periferia romana. No había nadie en el restaurante y nos sentamos en una mesa para cuatro personas, aunque éramos solo dos. Inmediatamente salió un camarero con un tono de indignación inexplicable para decirnos que cómo se nos ocurría ocupar esa mesa. El escritor se volvió hacia mí y me dijo: “Recuerda: dentro de cada italiano está escondido siempre un 'piccolo Mussolini”. No solo de cada italiano, amigo, no solo.
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