Pequeño observatorio

Pequeño homenaje al bar Pastís

JOSEP MARIA ESPINÀS

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Hace 65 años que se abrió, en una corta calle transversal al final de la Rambla, un local llamado Bar Pastís. La palabrabarno es justa, ni suficiente, para definirlo. No hacía mucho que se había inaugurado cuando me llevó, si no me equivoco, el novelistaJuan Goytisolo. Fue un choque, porque el bar no tenía nada que ver con el inmediato Barrio Chino. Local pequeñísimo, apretado, con dos protagonistas singulares: por un lado,Quimet, el dueño, quien montó una decoración basada en la mezcla de fotografías, pinturas -realizadas por él- y extraños muñecos. Unas cortinas rojas con un borde dorado. La evocación comprimida de un París antiguo. Se bebía pastís, y aquí entraba en juego la señoraCarme, que, mientras su marido se iba a tomar copas a los bares del barrio, servíapastissets, como decía ella, con una naturalidad de ama de casa. Su calma no le impidió, un día que yo estaba allí, decir sin alzar la voz a dos marineros: «Ya os podéis marchar, este no es vuestro sitio. Anda, fuera de aquí».Quimet, alicantino recriado en el África francesa, bebedor y pintor delirante, contrastaba con la señoraCarme, tan ordenada y tranquila. Pero el protagonista del local era un viejo tocadiscos, que hacía sonar dificultosamente canciones francesas. El Pastís era una minúscula isla de emociones en aquella grisura de la posguerra. CuandoQuimetmurió, le dediqué una canción muy sencilla pero, creo, ilustrativa. Transcribo unos fragmentos: «Ens hi trobem l'antiga gent, diu que parlant la gent s'entén... No ho crec així: ara nosaltres els antics, com més callem som més amics, al bar Pastís. Diem com sempre 'un pastisset' i ens enfilem al tamboret com en un niu... Canta la Piaf i l'escoltem i tot seguit imaginem que encara ets viu... La teva dona ha col·locat en un marquet el teu retrat i fas molt goig. I no pateixis ni un moment, que araell ens tracta exactament com feies tu...». Durante un tiempo, la señoraCarmeaguantó, sola, y me decía: «Me parece que él ha salido, como siempre, para ir a cenar al Amaya, y que volverá...». Hasta que desapareció, tras regalarme una pintura de su marido.

Lo más lógico hubiera sido que, sin esa pareja, el Pastís naufragara en la vulgaridad y el tópico Chino. PeroJosé Antonio de la Villa, del ramo de la coctelería, lo salvó. Sabía qué era el Pastís y cuál era el clima que allí se encontraba. En una Barcelona que ha borrado sin escrúpulos edificios y locales con identidad, es reconfortante que un bar con tanto carácter llegue a los 65 años de fidelidad.