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La peor noticia de la semana

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DAVID TRUEBA

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Pasados ya 20 años, sigue apareciendo de tanto en tanto gente que me pregunta por la censura y cancelación de 'El peor programa de la semana', un espacio semanal de humor que dirigía en TVE y presentaba el Gran Wyoming. Desde el día de febrero de 1994 en el que se produjo nuestra expulsión tuve la impresión de que sería ridículo lamentarse y convertirlo en un agravio duradero. Así que después del despido me sentí feliz y liberado y me puse a trabajar en otras cosas, que es lo que único que puedes hacer. Me quedó, eso sí, siempre una sensación de oportunidad perdida, de que quizá la televisión podría haber significado un medio para explorar límites profesionales, para crear espacios de crítica dialéctica social y para compartir con tu país una mirada humorística y descreída. Pero de entre todas las cosas que uno podía echar de menos de aquel engendro audiovisual la más alegre siempre era la tropa de actores que reclutamos.

Por entonces estaban aún a medio camino de su fama y algunos han hecho una carrera poderosa después. Los más veteranos eran Luis CigesChus Lampreave José María Cañete, capitanes del absurdo. El más joven, un niño llamado Jimmy Barnatán, que con 11 años se nos postuló como actor con un descaro que nos ganó. Y los tipos sin edad eran Jesús BonillaPablo CarbonellSantiago SeguraAnabel AlonsoJosé Sacristán hijo, las modelos Eva Pedraza Celinda del Pozo, y dos actores de Bilbao que eran la cara más visible de los cortos y películas de la nueva ola de cine vasco: Ramón Barea Álex Angulo. Al llegar la noticia de la muerte en accidente de tráfico de Álex me han regresado aquellas tardes en el plató de TVE grabando escenas de humor, parodias desmesuradas y tópicos dados la vuelta. Lo más parecido a la felicidad que uno pueda vivir.

Álex Angulo era un actor entregado, que se daba al director con una confianza abrumadora. Pídele lo imposible y te dará aún más, caricato y preciso. Lo utilizábamos de hombre normal, de mediocre abrumado, de tipo común pisoteado por la realidad, en la estela de López Vázquez y sus siervos de clase media. Pero resultaba siempre un gigante, con arrebatos de italianidad, pero de una pureza que se trasladaba a su persona. Siempre atento, generoso, discreto. Dolido por la dura peripecia de su oficio cuando las cosas iban mal, jamás se mostró amargado. Y la suerte de encontrarlo siempre en Bilbao, cuando acudía a las charlas o los pases en el cine club, me regalaba el recuerdo de aquel programa y de tanto placer que compartimos los que lo hacíamos, más irresponsables que irreverentes, más insumisos que ambiciosos. Ramón Barea y él eran un punto cardinal del cariño y la admiración profesional, situado al norte, pero un norte caluroso y cercano. Engullido ahora por la bestia, Álex Angulo sigue estando en mitad de la tropa de actores con los que mejor me lo he pasado en mi vida.