Dos miradas

Pausa

Nos falta un proceso de reflexión donde se valore la lentitud, la posibilidad de introducir la pausa

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Una de las aportaciones más interesantes del reportaje que este domingo publicaba EL PERIODICO sobre los niños y los móviles la introducía el psicólogo Marc Masip, experto en adicciones a las nuevas tecnologías. Decía: «Estamos creando una generación de adolescentes absolutamente cobardes, incapaces de afrontar las relaciones cara a cara y que exige siempre respuestas inmediatas». La pantalla del teléfono, con toda la gama de posibilidades, de emoticonos, de lugares comunes, se convierte precisamente en eso, en una pantalla, que no solo muestra sino que protege. Ven el mundo, estos niños, a través de la información que reciben, siempre sometida -como afirma Masip- a la dictadura de la inmediatez. Es necesario que la conexión sea rápida, que la respuesta llegue enseguida, hay que correr a la hora de teclear, de mirar, de conocer lo que los demás ya saben antes que tú. La combinación del rechazo a hablar en la intimidad de una conversación y de exigir que todo se desarrolle a un ritmo acelerado es demoledora.

Podría ser que este peligro se hubiera extendido al resto de población y que el síndrome no afecte sólo los jóvenes. Nos faltan silencios. Nos falta un proceso de reflexión donde se valore la lentitud, la posibilidad de introducir la pausa. De hecho, estos dos reproches al uso del teléfono se concentran en uno solo: vivimos de manera interpuesta. El móvil funciona como un vínculo con la realidad y no es nunca la realidad. Quizás nos da miedo enfrentarnos a ella.