Pequeño observatorio

Para mí ya es más que una máquina

A estas alturas de la vida no me veo capaz de traicionar a mi Olivetti, a la que siempre he sido fiel

JOSEP MARIA ESPINÀS

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Yo soy el heredero lejano del señor Christopher L. Sholes, que presentó la primera máquina de escribir en 1867. El aparato era muy primitivo, e interesó a la casa Remington, que por cierto era una constructora de armas. Realmente, la máquina era un arma, pero pacífica. Esa nueva herramienta, al principio solo tenía mayúsculas, pero pronto alguien debió pensar que en la vida hay mayúsculas y minúsculas, como había interrogantes y signos de admiración... El cerebro también es una máquina, pero silenciosa. Se aprovechó el invento para demostrar que lo que se pensaba se podía imprimir golpeando una tecla tras otra. Ya no había que dedicarse a interpretar una caligrafía, porque las teclas hablaban.

Yo siempre he escrito -y aún escribo- con una vieja Olivetti libros y artículos, versos y canciones. El teclado de la máquina me hace pensar en el de un piano. Cada tecla que pulso es como una nota que debe procurar no desafinar para poder relacionarse con las otras notas que forman la modesta melodía de una frase. Con mi máquina, escribir es construir una sucesión de pulsaciones que sean fieles a lo que quiero decir, aunque a veces tengo la impresión de que las teclas actúan por su cuenta y se anticipan a lo que yo pueda pensar. Parece que mi máquina cerebral ceda el paso al ritmo de la Olivetti.

Mis amigos Pau y Joan me hacen el favor de pasar al ordenador los artículos que escribo a máquina. Sin su ayuda, yo sería un articulista inválido. Supongo que no sería demasiado difícil equiparme informáticamente como Dios y la modernidad mandan, pero a estas alturas de mi vida no me veo capaz de traicionar a mi Olivetti, a la que he sido siempre fiel. Y a veces me parece oír su voz que me dice: «Supongo que no me abandonarás después de tantos años de compañía». Porque la máquina me habla. A veces me avisa, me regaña: te has equivocado de tecla. A veces, cuando he pulsado el punto final de una frase, me parece que me sonríe.