Los jueves, economía

Otra manera de ver las pensiones

Sería bueno estudiar formas para poder invertir nuestros ahorros en lo que queramos y cuando lo deseemos

ANTONIO ARGANDOÑA

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«¿Qué pasará ahora?», me decía hace unos días un amigo a raíz de los resultados de las elecciones municipales. Le contesté que todo cambio puede verse como una amenaza o como una oportunidad. Y como soy optimista, no por naturaleza sino porque siempre he tenido motivos para confiar en las personas, le dije que esperaba que todos descubramos lo que en los cambios que se avecinan hay de oportunidad. No es fácil, ya lo sé. Estamos en una sociedad individualista, en la que mis preferencias son mías, son lo que yo quiero, en ellas están mis sueños y mis ambiciones, de modo que lo que espero de los demás es que me ayuden a cumplirlos o, al menos, que no se interpongan en mi camino. Y, claro, cuando resulta que sus intereses se enfrentan a los míos, el cambio se presenta como una amenaza.

Pero quizá deberíamos verlo como una oportunidad. Esto me obligará a recapacitar sobre mis preferencias, porque puedo y debo tener en cuenta a los demás. Y a tratar de entender lo que los otros quieren, porque puede ser legítimo y porque, en todo caso, debo tenerlo en cuenta si quiero que la convivencia sea un medio para que todos prosperemos.

Perdón por el rollo filosófico, pero me ha parecido oportuno proponerlo porque, cuando los cambios se avecinan, es más urgente el diálogo, la reflexión compartida. «Esto me conviene» no suele ser un argumento sólido, y tampoco lo es «esto se ha hecho siempre así», como no lo es el de que «como esto se ha venido haciendo así, hay que cambiarlo». El diálogo debe estar basado en ideas, en datos, si los tenemos; los sentimientos y las emociones son relevantes, pero no suelen ser la guía adecuada.

Y como ya está bien de rollo filosófico, paso a decir lo que quería decir cuando me propuse escribir sobre las pensiones: si vamos hacia un cambio en muchas cosas, quizá debemos repensar las pensiones. Nuestra vida laboral empieza a partir de los 18 años o más, y consta de una serie de años para hacer cosas -comprar una casa, montar una familia, acumular un patrimonio…- y otros años en los que haremos menos cosas y, quizá, perderemos al menos una parte de nuestra independencia económica.

La pensión es la manera que tenemos de trasladar parte de nuestros ingresos de la etapa productiva a la tercera edad. Esto está claro en la pensión privada, pero también en la pública: en los años de vida activa aportamos los impuestos y las cotizaciones para que la Seguridad Social nos pague la futura pensión. A mí me gusta creer que soy el responsable de mi vida, a lo largo de toda ella, y que procurarme una pensión forma parte de mi responsabilidad sobre mi vida, que comparto con una compañía de seguros, en un caso, y con la Seguridad Social, en otro. Bien, pues aunque el lector considere que esa responsabilidad no es mía, me parece que podemos acordar que yo aporto en unos años una parte de mis ingresos para utilizarlos más adelante. Y como los recursos, privados o públicos, son limitados, es lógico que yo tenga derecho a cierto control de mi pensión.

LA JUBILACIÓN COMO DERECHO

Sobre esta premisa, me gustaría que nuestra sociedad discutiese ahora, cuando estamos en época de cambio. Me parece que sería bueno considerar que la jubilación es un derecho, no una obligación. Claro que puede haber argumentos para que dejemos nuestra plaza a los jóvenes, pero me parece que esto oculta la verdadera naturaleza del problema del desempleo: la culpa no es de los viejos, que no queremos marcharnos, sino de toda la sociedad, que no ha sabido, o no ha querido, afrontar el problema.

Y si la pensión es una forma de guardar mis ingresos para el futuro, esos fondos son míos, ¿no? Por tanto, sería bueno estudiar formas de que mi ahorro, tanto si es privado como si se canaliza por la Seguridad Social, vaya conmigo a donde yo vaya, y que yo pueda utilizarlo para lo que quiera y cuando quiera. Otros países lo hacen y la experiencia es buena. Y, claro, la pensión debe poder ser compatible con otros ingresos: no hay por qué condenar al retirado a la inactividad o, peor aún, a la economía sumergida.

Claro que hay gente que no tendrá una pensión decente, porque no pudo acumular suficientes derechos en sus años de vida activa, o porque sus necesidades futuras son muy altas, por ejemplo por deficiencias de salud. Bien, pero tenemos recursos para hacer frente a esto: la pensión contributiva, la generada en la vida activa, puede complementarse con otros ingresos. La solidaridad no tiene por qué ir ligada al sistema de pensiones públicas. Todo esto es solo un ejemplo de cómo el cambio puede llegar al mundo de las pensiones. No es algo secundario: ahí está el tratamiento digno de muchas personas. Hay que hacer bien los números, claro. Y planear una transición viable. Pero es posible.