Oigo, patria, tu aflicción

El buen funcionamiento de la 'V' demuestra una vez más lo obedientes que somos los catalanes, hasta para desobedecer

RAMÓN DE ESPAÑA

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Ayer desperté con la nariz llena de mocos y un molesto picor en la garganta. Como no sabía si estaba pillando un resfriado o si me había sentado mal la programación de TV3 de la víspera, me eché a la calle en busca de una farmacia abierta en la que poder comprar Frenadol, un medicamento que no sirve absolutamente para nada, pero tiene un sabor agradable y proporciona un cierto colocón.

Aunque eran las diez y pico de la mañana, mi barrio ya hervía de patriotas con estelada ( en mástil o anudada al cuello en plan capa de superhéroe); en la farmacia, uno de ellos intentó colárseme, pero le paré educadamente los pies: francamente, si empiezan a colarse en las farmacias antes de ser independientes, no quiero ni pensar cómo se portarían en el improbable caso de que alcancen sus objetivos. El hombre se disculpó, pero yo creo que me vio cara de unionista, pues se puso a rellenar el volante de la Seguridad Social y, en el momento de anotar el día, dijo en voz alta, para que le escucháramos bien el farmacéutico y yo, «11 del 9 del 14....¡Cómo me gusta esta fecha!».

Tertulia con 'botifler'

Nada más volver a casa, empecé a darle al Frenadol, aunque no me había olvidado de la nochecita toledana que me dio TV3. Culpa mía, pues me enganché a la tertulia de las 11 en el 3/24, que siempre es un modelo de equilibrio y ecuanimidad. Me alegró ver que habían recuperado la figura del botifler al que linchar en público, representada esa noche por Joan López Alegre, y al inefable Bernat Dedeu, al que no veía desde la noche en que se le ocurrió poner verde a Quico Homs entre sus habituales risotadas de orate: me alegra que le hayan levantado el arresto porque su desfachatez me entretiene sobremanera y le considero el tertuliano más ameno del sector independentista.

Evidentemente, la jauría patriótica intentó despedazar a López Alegre, pero pincharon en hueso: el hombre consiguió sacarlos de quicio a todos sin mover un músculo, sin levantar la voz y sin mirar nunca a la cara a quien estuviese poniendo verde en ese momento. Ello propició la ira de Marta Lasalas, esa mujer que se pone como las cabras en cuanto alguien le lleva la contraria. Y es peligrosa, pues tiene un tono de voz extremadamente irritante que, sin alcanzar la capacidad destructora de tímpanos del gran, gran dictador Oscar Dalmau, te deja las orejas guapas.

Cuando volví de la cocina de apretarme un Trankimazín, vi que habían traído refuerzos: Jaume Marfany, líder de la Assemblea Nacional Catalana (ANC) cuyo aspecto venerable le permite esquivar las sospechas de que solo dice perogrulladas, siendo, como es, la versión soberanista del Séneca de José María Pemán. Aturdido por el Frenadol, el Trankimazín y la taladrante voz de Marta Lasalas, me fui a la piltra. Despertando al día siguiente, como ya les he dicho, hecho un moco humano.

Seguí la V por TV3, comprobando una vez más lo obedientes que somos los catalanes. Todos ahí, formados, sudando la gota gorda y haciendo rico al proveedor de  las camisetas (somos capaces hasta de obedecer la desobediencia civil del amigo Junqueras).

Envidia

Me dieron un poco de envidia, pues el gregarismo contribuye enormemente a la felicidad de lo que un amigo mío sevillano define como «toda esa gente elemental y estrepitosa». Mi empeño en mantener la lucidez no me lleva a ninguna parte: más me valdría hacerme nacionalista, hincha del Barça, trekkie o presidente local del club de fans de Kim Kardashian. Sería más feliz. O, por lo menos, podría haber acompañado a Tarragona a los de Societat Civil Catalana (SCC), cuyos postulados comparto. Pero es que me agobia cualquier grupo de más de cuatro personas, sobre todo si se enarbolan banderas, se cantan himnos o se lanzan gritos de victoria.

No me duelen prendas a la hora de felicitar a los nacionalistas por la V. Eso sí, dejen de hacerse los oprimidos, aunque solo sea por respeto a los auténticos oprimidos, que los hay en este mundo, pero no somos los catalanes. Oigo, patria, tu aflicción, sí, pero ni la comparto ni me la creo.