Dos miradas

Niños y porno

EMMA RIVEROLA

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Los primeros vídeos porno, a los 10 años. Antes del primer beso, una detallada exposición de todas las posturas. Con la primera menstruación, una idea precisa de cuál es el papel destinado a la mujer en las relaciones sexuales: la sumisión. Hace décadas, el catolicismo cargaba contra el cuerpo todo el fervor de una moral opresora y machista que inoculaba el virus del pecado a quienes la sufrían. Una perversión que impidió a muchos vivir el placer con normalidad. Con la democracia, la educación sexual se fue liberando de la moral y se centró en los aspectos de la higiene y la salud. Sin duda, un planteamiento que ayudó a contemplar las relaciones de un modo bastante más natural y placentero. Pero la irrupción del porno a tan tempranas edades rompe el ecosistema de mayor o menor normalidad en el que estábamos instalados.

La escuela ya no puede limitarse a ofrecer un lienzo donde los padres y el entorno del adolescente puedan dibujar los valores de cada cual. Básicamente, porque el lienzo ya no es blanco y está emborronado de una concepción del sexo deformada y nociva que impide vivirlo con normalidad e igualdad. Un virus tan tóxico como el del pecado. Un germen, también, de la violencia. El gran reto es ser capaces de transmitir valores éticos sin caer en la moral castradora y adaptar ese mensaje a edades más tempranas. No es fácil. Menos todavía con un profesorado desbordado y unos recursos menguantes.