Netanyahu contra Israel

RAMÓN LOBO

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El objetivo de la operación militar israelí en Gaza no son los túneles del norte y el este de la Franja ni las lanzaderas de cohetes; lo que busca Binyamin Netanyahu es enterrar el Gobierno de unidad nacional palestino formado en junio por Hamás y Fatá.

La posibilidad de que Hamás apueste por una solución pacífica es peligrosa para la estrategia del Likud y de la extrema derecha israelí. La paz equivaldría a perder territorio. Desde el enterramiento de los Acuerdos de Oslo no se busca el intercambio de paz por territorios; lo que se quiere es el territorio sin palestinos.

La debilidad empujó a Hamás al Gobierno unitario. Peleado por Siria con Hizbulá, su suministrador de armas, (Hamás es suní; Hizbulá, chií), enfriado con Irán y sin los Hermanos Musulmanes en Egipto, al movimiento solo le quedan las bravatas y los cohetes de escasa puntería.

La incapacidad de la UE para emitir un comunicado, la parálisis mundial y la renuncia a influir en Netanyahu y sus halcones, favorecen la guerra. El escritor Natham Thrall, columnista del The New York Times, sostiene que la falta de apoyo europeo y estadounidense al Gobierno de unidad palestino es responsable de lo que sucede ahora en Gaza.

Los errores

Netanyahu y sus aliados político-militares no quieren la paz con los palestinos, un pueblo que ha perdido todo su peso internacional, debido también a los errores de sus dirigentes tras el 11-S, incapaces de leer el cambio de discurso. Hoy carece de dirigentes y de amigos. No los tiene en Occidente; tampoco en el mundo árabe.

Es una situación ventajosa para los sionistas que anhelan el Gran Israel. Ahora sí es posible soñar con anexionarse Cisjordania y todo Jerusalén como se anexionaron en 1967 los Altos del Golán de Siria sin que una sola resolución de la ONU les haya obligado a retroceder un centímetro.

La política cortoplacista de Netanyahu parece un éxito. A largo plazo es un suicidio. Es la tesis del historiador israelí y judío, pero no sionista, Ilan Pappé, exiliado en la Universidad británica de Exeter debido los problemas que le causaron sus ideas a contracorriente. Pappé sostiene que Israel acabará como los Cruzados si no es capaz de alcanzar pactos y generar amistades con sus vecinos.

Además del Gobierno de unidad, a la derecha y extrema derecha israelí le inquieta el creciente éxito de la campaña mundial de boicot a Israel, al menos a los productos y las empresas que proceden o trabajan en los territorios ocupados. La ofensiva militar trata de rescatar el fantasma de que Israel es víctima, no ocupante, algo que conecta con el Holocausto y la mala conciencia europea y de EEUU que no hicieron nada por evitarlo, como no hacen nada ahora por imponer un paz conforme a las resoluciones del Consejo de Seguridad y los Acuerdos de Oslo.

No hay presión diplomática que pueda detener la colonización progresiva y constante de Cisjordania; tampoco los bombardeos sobre Gaza cuando vienen bien al primer ministro de turno. Lo único que preocupa de verdad a las autoridades israelís es que prenda el boicot, que se exijan certificados de dónde proceden los productos.

Un ejemplo reciente del éxito de la campaña Boycott, Divestment and Sanctions (BDS), que se inició en el 2005, lo sufrió Mekorot, la compañía israelí del agua: perdió un contrato en Argentina de 170 millones de dólares porque los activistas del boicot la vinculaba al apartheid del agua contra los palestinos.

La mayoría de la producción israelí de dátiles, naranjas y otras frutas y vegetales procede del valle del Jordán, una tierra ocupada en 1967. La opinión pública europea importa mucho porque Europa es el principal importador de esos productos. La presión de los consumidores empieza a obligar a las empresas a cambiar su estrategia. Según The Christian Science Monitor, los agricultores israelís perdieron el año pasado 29 millones de dólares, un 14% de los beneficios.

Datos pésimos

No hay datos actuales, que deben de ser pésimos porque en el 2013 ya eran malos. El mismo diario cita una encuesta de la BBC en la que la popularidad de Israel había caído un 8% en Alemania y España para quedarse por debajo del 10%. En Reino Unido, el primer país que reconoció a Israel, solo el 14% de sus ciudadanos tenía una imagen positiva de Israel.

La desproporción en el uso de la fuerza, el bombardeo sobre hospitales y centros de discapacitados y la muerte de niños perjudica a Israel. El primer promotor del boicot contra sus productos es el primer ministro Netanyahu. Fue lo único que funcionó en Sudáfrica: tocar el bolsillo a la élite. Y Nelson Mandela, claro. Los palestinos tienen a Maruan Barghuti, que podría servir.