Pequeño observatorio

La muñeca del Ártico me acompaña

Estuve una vez en Alaska, de escala en un viaje desde Japón, y rodeado de tanta blancura me tomé un café muy negro

Panorámica del monte Denali, antes McKinley

Panorámica del monte Denali, antes McKinley / periodico

JOSEP MARIA ESPINÀS

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El titular periodístico es preocupante, porque avisa que este año, 2017, se presentará al mundo un tiempo explosivo. ¡Solo faltaba eso! La situación política y la situación económica ya son, hoy, explosivas en muchos puntos del planeta. Pero una cosa es que la humanidad haya decidido esparcir la destrucción por diversos territorios y otra que la señora naturaleza se proponga sacudir brutalmente la Tierra.

Antonio Madridejos explica en este diario que el año pasado –no habla de los siglos lejanos– las condiciones meteorológicas fueron extremas. Son los efectos del famoso calentamiento del que hablan los expertos, de acuerdo con la ONU. El futuro no se sabe, mejor dicho: se sabe que es amenazador. De momento se ha demostrado que en el Ártico ha habido olas de calor. Y una parte de la inmensa masa helada ha empezado a desprenderse, para empezar a navegar por su cuenta.

Hace muchos años estuve en Alaska. No por vivir ninguna aventura, sino para que, desde Japón, tenía que volver a Barcelona y se acababa de estrenar el vuelo aéreo que pasaba por Alaska. Guardo, de aquella ocasión, una pequeña figura comprada en ese aeropuerto tan alejado de nuestro mundo: una pequeña muñeca con una piel de animal que la abriga.

A los humanos les será difícil abrigarse si el deshielo progresa. No tengo ningún tipo de capacidad para analizar los problemas que pueden aparecer debido a esta invasión glacial desprendida. Si no me equivoco, ni Julio Verne, el gran imaginativo del futuro, escribió una novela obre la descongelación de la Tierra.

Y si no me equivoco, tampoco yo me he dedicado a lo largo de la vida a 'fardar' de haber estado en el Ártico. Lo único que hice, esperando subir al avión que me llevaría  a casa, fue tomar un café, muy negro tan rodeado de blancura. De vez en cuando, en casa, miro la pequeña muñeca que me costó tres dólares y también una profunda añoranza.