¿La muerte es un gran premio?

Ha muerto un amigo mío, Joan Badosa, que había sido vecino antes de ir a una residencia. Cuando todavía estaba lleno de vida, nos reuníamos cada sábado él, Rosa, mi mujer y yo para comer juntos en el Lázaro.

Y he pensado en otros amigos, más o menos de mi generación, que murieron cuando estaban en la plenitud de la vida. No digo 'amigos' por inercia, como si dijera 'conocidos', no amigos ocasionales, gente con la que he coincidido y simpatizado en algunos actos. Hablo de amistades sostenidas y regulares. Hablo de hombres y mujeres que nos reuníamos con frecuencia para comer o cenar juntos, ya hace años, o hacíamos algunos viajes compartidos.

Digo sus nombres y veo sus gestos y me parece oír sus voces. Glòria, Fede, Joan, Montse, Tita, Xavier, Agustí, Lluís... Y otros que tampoco ya están, y que también murieron cuando aún estaban en la plenitud de la vida. Casi todos tenían la misma edad, que también era la mía.

Gestos y palabras

Reflexiono sobre estas prematuras desapariciones y me quedo desolado. Hace 30 o 40 años que ya no están entre nosotros, mi historia de la madurez va ligada a sus gestos y a sus palabras. Supongo, y espero, que muchos lectores que ya han cumplido muchos años todavía conserven a quienes han sido sus amigos de siempre.

Un gran poeta, John Keats, emitió una sentencia que considero una barbaridad: «La muerte es el premio más alto de la vida». Usted ya fue premiado con la muerte, pero me gustaría saber si antes de morir pensaba lo mismo. Y tal vez debería haber consultado con algún moribundo su irresponsable afirmación.

No sé si, cuando alguien muere, sus parientes, sus amigos, sus amores lo envidian porque él ha logrado el mayor de los premios y quienes van a su funeral se consideran unos desafortunados.

Mis amigos lamentablemente fallecidos estarían muy contentos si pudiéramos quedar para cenar el martes de la próxima semana.