pantallas

El móvil

Mikel Lejarza

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Uno acude a ver una película a un cine y se encuentra con cada vez más personas que encienden el móvil durante la proyección. Lo mismo sucede durante un partido de fútbol  (por incierto que sea el resultado), en una representación teatral y hasta en ceremonias religiosas. Vivimos en una sociedad en la que no podemos estar desconectados: nos pone de los nervios y nos provoca síndrome de abstinencia. Y sin embargo, el móvil, ese instrumento autosuficiente que ha revolucionado nuestra manera de actuar y que se ha convertido en una prolongación de nosotros mismos, no deja de ser una herramienta. Y como siempre, lo que verdaderamente cuenta es el contenido, las historias que los móviles distribuyen y permiten crear. Y aquí está lo más inquietante y también lo más revolucionario. Pensemos en el periodismo. Un móvil está presente en toda la cadena de producción de la noticia. Del rodaje de las imágenes a la emisión, fundamentalmente por redes sociales, pasando por la edición. Y eso conlleva cambios profundos en el trabajo del periodista.

En un mundo que cuenta con 3.000 millones de móviles, hay por tanto potencialmente el mismo número de periodistas capaces de producir imágenes e historias en todo momento. Serán, eso sí, noticias adaptadas al medio: más cortas, más directas y urgentes. Pero la primavera árabe o las manifestaciones de Ferguson se conocieron inicialmente por móviles, ya que solo este aparato permite estar en el corazón de la noticia. Porque es pequeño, ligero y permite al periodista no distinguirse de un ciudadano medio, frente a la cámara tradicional: costosa, pesada y solo al alcance de grandes medios. El resultado es que hoy en día, en la mayoría de las ocasiones, las imágenes tomadas por ciudadanos anónimos llegan al mundo mucho antes que noticias elaboradas por medios tradicionales, lo que pone en entredicho el valor del periodismo. Ante esto, Michael Rosenblum, uno de los padres del vídeoperiodismo, dice que el papel del periodista tiene el riesgo de convertirse en esta misma década simplemente en el de «dar formato a los contenidos de otros». Y como gracias al desarrollo de los algoritmos los robots empiezan a sustituir al periodista produciendo de forma automática contenidos originales (Io que en algunas fórmulas de radio llega al extremo), el futuro del periodismo tal y como lo definimos en los últimos años puede tener los días contados y pasar a ser oficio de mero agregador de contenidos producidos por otros. Es evidente que la marea va en esa dirección, pero no todo será así. Como siempre, frente a las tendencias mayoritarias en manos de fórmulas numéricas que terminan casi siempre por producir historias similares y banales, habrá personas capaces de ir más lejos en la escritura y en la investigación de la información para ofrecer grandes historias y relatos llenos de humanidad, que es el valor que las hace impredecibles. La tecnología permite a cualquiera con un móvil lanzar una historia al mundo, pero eso no convierte a todas las historias en iguales y solo las mejores tendrán un lugar en nuestra memoria.

Eso sí, probablemente nos llegarán a través del móvil.