El móvil y yo

Observo con detenimiento toda la información del MWC y experimento la necesidad de tener a mano un diccionario de argot que me permita descifrar todas las virtudes de los nuevos móviles, modelos y aplicaciones. Hay una situación peor que la de ser analfabeto. Es aprender con la práctica seguridad (y el temor) que todo aquel panorama extenso que se abre ante tus ojos es no solamente inalcanzable sino una fuente de decepciones.

Cuando aprendes, lo primero que experimentas es un gozo irrefrenable. Sabes cómo manejar ese aparato, sabes que puedes escribir mensajes para todos o para algunos, sabes que se pueden hacer fotos y almacenarlas, y jugar, y mirar qué tiempo hará y tener todas las noticias al alcance. Y piensas: suerte que todavía he tenido tiempo de coger este tren y que he aprendido, a última hora, la gramática de la tecnología.

Pero luego, acabas sabiendo que todo va muy deprisa y que tu móvil es viejo y que no entiendes casi nada de lo que este presente raudo te quiere contar. Y es entonces cuando quizá piensas que te gustaría volver a ser analfabeto o, simplemente, tener un teléfono para llamar y no para nada más. Todo es móvil, dicen, y llegas a la conclusión de que no es cierto, porque tú estás estático, y resulta que el móvil lo es todo, eso sí. Y ves a toda esa gente con gafas donde se ven mundos falsos y, virtuales, los habitan, y ya no sabes qué hacer, antiguo como eres, con tu raquítica realidad real.