Pequeño observatorio

La motorista que me ha atado un zapato

La ciudad es también un espacio en el que es posible la solidaridad entre las personas

Motoristas en una calle de Barcelona.

Motoristas en una calle de Barcelona. / periodico

JOSEP MARIA ESPINÀS

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Era una mañana terriblemente calurosa. Yo caminaba por la acera de una calle del Eixample y tuve la duda de si en aquel cruce tenía que tirar hacia la derecha o hacia la izquierda. Me detuve y saqué un papel en el que había apuntado la calle y el número de la casa a la que tenía que dirigirme.

Debí entretenerme un poco al lado de un paso de peatones. Entonces, un motorista que esperaba el verde a mi lado dejó el asfalto, subió la moto a la acera y me preguntó si me podía ayudar. Se quitó cortésmente el casco para hablarme. De esta forma, vi que no era un motorista sino una motorista. Una chica joven que me había visto despistado. No sé si se imaginaba que yo era un turista. Enseguida se aclaró que no lo era. «Lleva desatado el cordón de un zapato». Y se agachó para atármelo.

Le di las gracias y le pregunté cómo se llamaba. Tengo la costumbre, cuando encuentro a un desconocido que es amable, de preguntarle su nombre. Barcelona es un hervidero de ciudadanos que conviven en el anonimato. La chica me dio una tarjeta. Maria Pilar Saumell. Abogada. No me la dio porque yo hubiera sufrido un accidente. Fue, sencillamente, una forma de presentación personal. La confirmación de que, entre la multitud, cada uno de nosotros es alguien.

Naturalmente, no podemos ir por las calles de la ciudad con un cartelito colgado del cuello en el que se haga constar nuestro nombre. Precisamente es una reflexión positiva, me parece, la que nos hace ver que conviene respetar el aspecto, los gestos, en definitiva, la identidad de los demás. Cada uno de los ciudadanos que va arriba y abajo por las calles tiene derecho al anonimato.

Pero la ciudad es también un espacio donde la solidaridad es posible. Una gran ciudad es un gran desierto, dijo alguien, y el naturófilo Rousseau sentenció que la ciudad es «el abismo de la especie humana».